viernes, 8 de julio de 2011

Poemas de la decadencia

POEMAS DE LA DECADENCIA




I

En esta tarde de enero
que casi parece que no termina,
detenida al borde de un minuto
diluido en la opaca mancha del tiempo,
yo trato de pensar
o de asirme al vuelo de una emoción
que en mí se origina
como un impulso ciego.
De carmín y de rosa
se pinta el horizonte,
colores viejos
con los que esta tarde última de enero
se ofrece a mi vida,
a una vida que parece también
que no concluye,
asida al amor que en ella principia
como un impulso ciego.























II

Acaso vivir no puede ser sólo
este rodar continuo de minutos
al que llamamos tiempo,
este incesante fluir
de aspiraciones y de desengaños,
de ambiciosos proyectos
que luego no se cumplen
o que no maduran porque al final
nada es como se hubiese imaginado.
Acaso vivir no sea sólo esto,
sino que pueda ser
que haya algo más
que se barrunta tras la apariencia de las cosas,
algo más que se intuye
y que se pasea por nuestra mente
cuando más desconfiados nos hallamos.
































III

Somos tan frágiles y vulnerables,
tan inconsistentes y tornadizos,
que basta muy poco en realidad
para que todo de repente cambie,
para que una nueva luz se alce a nuestro paso,
para que nada de lo que hubiera existido antes
nos resulte en adelante lo mismo.









































IV


Cuando tú creas que todo se agota,
que nada es ya como habías soñado,
piensa que aún puede quedar en ti
un resto de fuerza que al fin te salve,
un minúsculo resto quizá
con el que luches y abras ampulosos los brazos.

Cuando tú creas que todo se acaba
y que nada tendrá ningún remedio,
mira entonces en tu interior;
descubrirás allí
un hilo de ilusión que te sostiene,
un cabo de esperanza
con el que estás asido aún al mundo.

Cuando creas que ya todo está dicho,
recuerda que no es el sonido
ni el concepto lo que hace a las palabras distintas,
sino la intención con que tú las uses,
con que tú las emplees nuevamente.
Comprenderás entonces
que quedan muchas cosas que decir.

Cuando creas que ya todo está muerto,
perdido, sepultado,
cuando una negra sombra te circunde,
no te confundas,
no dejes que te invada el desaliento,
pues siempre habrá una luz dentro de ti,
una luz que te alumbre y que te guíe
en la larga y oscura noche de tu soledad.

. . . . . . . .

No, tú no desfallezcas,
no te detengas nunca
ni mires hacia atrás,
camina con la vista fija en el horizonte,
hacia adelante siempre, siempre
hacia adelante,
no vaciles jamás.

Escalarás montañas,
recorrerás desiertos, cruzarás
por parajes inhóspitos,
por angostas cañadas,
tú sigue,
afronta los peligros,
arrostra con decisión las tormentas,
todo lo que el destino te reserve,
aprieta el paso
si debes apretarlo,
aminóralo si ésa es tu elección.
Pero no te detengas,
avanza aunque tus pies resbalen,
hacia adelante siempre, siempre
hacia adelante.
Piensa que es Dios el que al final te aguarda.







































V

Basta quizá una súbita sospecha,
un motivo que apenas se insinúa,
un breve movimiento
que casi no se nota,
una caída,
un ligero roce, un susurro acaso,
un temblor leve,
una palabra
que a nuestros oídos al azar llega,
una mirada dulce,
una sonrisa,
un gesto que se vuelve indescifrable,
un corazón que se repliega,
una luz que se enciende entre las sombras,
una llama que crece
y que todo lo iguala y transfigura
y nunca más se extingue.
































VI

Amar no es alcanzar ninguna cumbre,
ni es tampoco arribar
a ningún puerto extraño,
a ningún sitio donde al fin se cumpla
un sueño por largo tiempo esperado.
Amar no es culminar una jornada
que se presumía ancha y venturosa,
ni es lograr nada que no se tuviera,
nada que nos transporte
más allá de lo que éramos,
más allá del ser insignificante
que en otra época fuimos.
Amar no es mantenerse
lejos de lo que pasa en este mundo,
lejos del trueno de dolor
y del terrible sol de la fatiga.
Amar no es ausentarse,
ni gozar de una dicha que no nos pertenece.
Amar, si no está claro,
es algo muy distinto.



























VII

Tengo que pregonarlo,
lo tengo que comunicar,
que vocear con fuerza, sin pudor;
debo lanzarlo al aire
y que en el aire se alce y crezca
igual que una canción,
que una cálida melodía
que no dejara de sonar.
Es un secreto inconfesado,
una herida de amor irrestañable,
una oculta pasión.
Una oculta pasión que no declina,
sino que invade y arrastra cuanto alcanza,
cuanto término o límite a su paso se le opone.
Es un sol que se yergue entre las sombras,
un débil trazo,
una luz sonrosada que despunta,
un astro rutilante que se eleva
sobre el mundo que bajo él se tiende.
Así será esta fuerza que en mí irrumpe,
fuerza que se desata y se debate
con febril insistencia,
fuerza atroz que revienta
la estrecha celda que la cobijaba.


























VIII


Tras los montes lejanos
−plomo y ceniza−
la tarde cae. Desde mi balcón,
contemplo tan grandioso panorama.
Siento en mi alma deseos de grabar
ese supremo e inefable momento.
Una aureola de luz sonrosada
pende sobre el cielo pálido del crepúsculo.
Es un lienzo único,
un instante de gloria que se disuelve pronto.









































IX


No puedo más, Señor.
Me siento a veces derrotado,
vencido por la edad,
depuestas ya las armas
de mi ardorosa juventud.
No me quedan fuerzas, Señor,
estoy agotado,
casi a punto de claudicar.
He andado mucho,
recorrido muchos caminos;
he pasado por cañadas angostas,
por vericuetos casi impracticables.
Mi vida ya concluye
como una tarde que declina
sobre el gris de los montes,
como una tarde última que se apaga
en un delicioso poniente,
pálido rastro de luz violeta que aún queda
retenida entre los negros velos de la noche.
He caído, Señor,
estoy casi perdido,
cercado de oscura y angustiosa sombra.
Sin embargo, yo sé que no me olvidas
y que me asistirá siempre tu gracia
como una mano auxiliadora que me sostiene,
como una mano amiga que me empuja
y que me anima a seguir adelante.
Nada es, pues, como se sospecha;
siempre hay algo por lo que luchar,
un reto que se asume,
una esperanza que se alza y que triunfa
cuando ya todo se daba por finalizado.















X


Tú me guías, Señor,
por el sendero justo,
por el camino que para mí ya has señalado.
Tu voluntad, Señor, será la mía
si es así como estaba escrito,
si es así como Tú lo determinas.










































XI


Contigo, Señor, todo es más sencillo,
el dolor se apacigua,
el sufrimiento deja de ser una condena,
la vida ya no es trágica.
Contigo, Señor, nada es igual que antes:
el miedo se disipa,
la esperanza se recupera,
la muerte no es más que una anticipada victoria.







































XII

Todo es nuevo en abril,
todo en abril es prodigioso,
la gracia sosegada de los días,
el color encarnado de las tardes,
el misterio inefable de las noches…
En abril todo es puro gozo,
cadencia sostenida,
aire henchido de olores y de anuncios de gloria…
En abril todo canta,
las aves en las arboledas,
las brisas en las frondas,
el agua de los ríos en sus cauces…
En abril todo es magia,
sueño que no concluye,
corazón que de pronto se enamora.





























XIII


Como un río que próximo a desembocar se halla,
mi vida ya declina,
casi ya se agota, Señor.
He perdido vigor y fuerza
y mi mente apenas puede ahora dar los frutos
que antaño diera.
Sin consistencia, soy un vilano
a merced de los vientos
que del mundo me llegan.
Por eso no es raro que añore a veces
el tiempo en que vivir era soñar
con algo que sería realizable.
Mis nobles deseos se precipitaban
como aguas cristalinas
que discurren entre gráciles peñas,
como aguas que después se deslizaran
sobre lecho de musgo.
Mi vida, Señor, ya declina.
Como un río que languidece
entre verdes y plácidas riberas,
detenido el empuje
aquel con que corría
hacia un ignorado destino,
mi vida también se demora
en un avance lento
que apenas se percibe,
movido sólo por la inercia
a que lo obliga su costumbre.
Estoy quizá en mi etapa penúltima,
cuando está ya casi todo concluido,
cuando todo está casi terminado.
A un ritmo pausado y monótono
me dirijo hacia el fin,
anunciado quizá antes
y atisbado ahora en la lejanía.
Es inevitable que así suceda
porque es una ley incontestable
que se acaba imponiendo,
contra la que de nada valdría resistirse.
Soy un hombre inerme,
cuyo único poder reside
en su absoluta falta de confianza en sí mismo,
por paradójico que sea.
No, nada me sostiene
si no es esta fe que me impulsa
a creer en lo que no tengo,
a pensar que no es sólo mío
el ser con el que yo me identifico.

















































XIV

Hay pérdidas, derrotas,
ausencias, contratiempos
que abren en el alma ancha herida,
que causan rabioso dolor.
Son golpes duros,
a veces imprevistos,
contra los que es inútil rebelarse.
Son señales que comporta la vida,
producto de sus múltiples azares,
de sus enojosas complicaciones.
Son pérdidas, derrotas,
ausencias, contratiempos,
quebrantos, sueños rotos,
testigos de lo que fue un día
la dicha que finalmente perdimos.





































XV



Recordar no es vivir.
El pasado es acaso un territorio
perdido para siempre
entre las nieblas perpetuas del tiempo,
anclado en un lugar
que tal vez no existió
o que no acaba de precisar nuestra memoria,
un reino oscuro
del que ya sólo quedan
las fugaces imágenes
que a veces consigue retener nuestro recuerdo.
Vivir no es evocar
lo que en otra época fuimos.
Vivir es, ante todo,
esperar, esperar que la realidad
nos conceda por fin el fruto
que quizá alguna vez deseamos.

























XVI


Cuando yo muera,
todo seguirá igual,
porque no hay una frontera
ni una línea divisoria
que separe la vida
de lo que tras ella nos sobrevendrá después.

Cuando yo muera,
quiero estar confundido
con todo aquello de lo que algún día
me sentí satisfecho,
con el campo ancho y hermoso
donde tuvo mi corazón arraigo;
con el aire sereno que levanta
un ligero rumor entre el follaje;
con el raso azul del cielo, tendido
sobre las bardas de los huertos;
con la montaña de arrugada faz,
que se alza
sobre ceniciento sayal de olivos;
con los collados de plata y de bronce
que se recortan sobre un llameante crepúsculo;
con la hierba menuda de los balates,
moteada de rojas amapolas
y de gráciles campanillas;
con el curso agitado de las aguas,
estremecido de reflejos y de susurros;
con el paso plácido de las nubes;
con el blando oleaje de los álamos;
con la luz amarilla del otoño…
Sí, cuando llegue esa hora,
quiero estar confundido
con todo lo que más me conmoviera,
con la palabra dulce
que brota de unos labios tímidos;
con la mano de amigo que se estrecha
y que se siente en seguida en la propia
y que se aprieta entonces
en señal de amistad;
con el beso que se posa sobre una mejilla,
sobre una boca temblorosa;
con el silencio…,
también con el silencio,
en el cual casi se adivina
el extraño latido
de alguna sobrenatural presencia.

Cuando yo muera,
todo seguirá igual,
porque no es límite la muerte
si se ha vivido con tanta pasión.















































XVII


Cantan los pájaros por la mañana.
Adornan con sus cantos
el traje azul del día.
Sus cantos son puntadas,
hilvanes, primores de ajuar…
Son notas que se elevan,
que descienden, que se entrelazan,
que componen una extraña melodía,
un himno que proclama
el gran misterio de la Creación.
En ellos todo es regocijo,
goce desmesurado,
puro deseo de alabar y de enaltecer
lo que sus instintos oscuramente les señalan.
Nada habrá en la vida tan alegre,
tan exultante,
tan bellamente acordado.
Es música que aturde y embelesa,
audaz, conmovedora,
dotada de un sutil encanto,
de un raro poder de atracción…
Al escucharlos,
mi corazón anhela
ser uno de ellos,
ser pájaro para cantar, virtuoso,
el gran misterio de la Creación.






















XVIII



No os he olvidado.
A vosotros que alguna vez fuisteis mis amigos,
compañeros de curso o de trabajo quizá,
os recordaré siempre
a pesar de tantos años transcurridos.
Me abstengo de dar nombres
por miedo de olvidarme de alguno;
si leéis algún día este poema,
porque cayera por puro azar en vuestras manos,
yo estoy seguro
de que os daréis sin más por aludidos,
porque ésa fue la suerte
que nos unió en cierta ocasión en nuestra vida,
una suerte caprichosa
que hizo que compartiéramos
días irrepetibles,
momentos sucesivos
en que nuestra amistad se iba sellando
de palabras y de silencios,
de frases pronunciadas
por el empuje ciego de una idea,
de gestos que se entrecruzaban
y de sonrisas que estallaban en los semblantes,
de latidos emocionados
bajo la piel de un encuentro,
de sentimientos que fluían
por el árbol ramificado de nuestra sangre…
La amistad, nunca lo dudéis,
es también una forma muy hermosa de querernos,
un modo de amor
que sólo se apreciará en su justa medida
cuando más alejados nos hallemos.













XIX



Se desmaya la tarde
sobre un horizonte lejano
de cerros de ceniza
y colinas pobladas de olivares.
Un rosa cárdeno
al amarillo anaranjado le sucede.
Una paz infinita
reina por todos lados.
Una paz en la que se hunde mi alma,
olvidada así por unos instantes
de los insidiosos temores
que a menudo la acechan.
Anhelo eterno la reclama,
diluido en la vaga delicia
con la que la tarde concluye.
Hora ancha y espléndida,
de contornos difusos,
de bordes imprecisos;
hora del alma,
del ser contemplativo,
del ser que se transforma,
que arde, que se eleva
hacia un cielo morado,
invadido de gloria.






















XX



Peñas rojizas,
plateadas, negruzcas,
recortadas sobre el azul,
sobre el rosa pálido de una tarde que muere.
Es mágico el momento:
parece rescatado de otra época,
de otra historia anterior,
de una leyenda acaso,
cristiana o mora…
Es un momento eterno,
salvado del presente,
que permanecerá para siempre guardado
en la imagen que ahora lo devuelve,
entre peñas rojizas,
plateadas, negruzcas,
sobre el azul del cielo,
sobre el rosa que lo corona,
sobre el violeta…





























XXI



Tienen los días, en septiembre,
un ritmo lento, cadencioso,
de hojas que se agostan
en árboles de ramas desplegadas,
en los que el viento deja
un rumor sordo,
un eco de alas;
un ritmo de aguas que circulan
por el canal profundo de la melancolía,
de gotas que resbalan
por el cristal oscuro del pasado…
Septiembre tiene una luz diferente,
una luz de huerto clausurado,
de vivienda desierta,
de rincón polvoriento…
En septiembre, el tiempo se remansa,
se agolpa en una línea última,
en un vago lindero
en el que nada está delimitado,
en un espacio sin orillas,
sin bordes que lo encaucen
y lo devuelvan al presente.
En septiembre, nada es definitivo,
sino que todo
parece que se difumina,
que no acaba de concretarse,
como una realidad
que a cada momento
se desdice a sí misma,
tornándose extraña,
huidiza, insobornable.
En septiembre, el amor languidece,
la vida se repite,
se alarga sin motivo,
se adentra por parajes suaves,
por sendas aún no holladas
y que no obstante
se muestran conocidas,
por sitios donde late
un espíritu antiguo,
un alma final que no muere.

XXII


Si tú eras mi amor,
algo de él habrá quedado
dentro de mí,
un resto acaso de lo que fuera,
una brasa que arderá aún
en algún lugar remoto de mi alma
cuando más perdido me encuentre,
cuando más desarbolado me halle
en medio de las batallas del mundo.

Si tú eras mi amor,
estoy seguro
de que una chispa de aquel antiguo querer
prenderá algún día,
cuando menos lo espere,
dentro de mí,
una chispa que encienda
la pira de sentimientos dormidos
que hay amontonados en mi interior
desde entonces.

Si tú eras mi amor,
es posible que algún recuerdo
en mi frágil memoria
aún te perpetúe,
alguna imagen del pasado
que todavía se resista a desvanecerse,
alguna voz perdida
que de pronto, sin saber cómo,
regrese a mí.

Si tú eras mi amor,
no sería improbable
que aún no te hubiera olvidado
y que un ciego impulso
de improviso a ti te nombre
y me obligue de nuevo a buscarte
y a decirte que aún te quiero
y que eres tú, a pesar de todo,
mi principal pasión.









XXIII



A veces,
cuando ya nada importante se espera,
la vida otorga sorpresas muy grandes,
momentos en los que nuestra alma
se siente henchida
de un dulce sobresalto,
de un anhelo infinito
por alcanzar la plenitud
que casi ya alcanzamos.
El alma rebosante
de un amor que la colma,
de una paz que la inunda
y que la eleva hacia el Cielo.
Parece
como si alguien la moviera,
como si un ser secreto la impulsase,
un ser que la animara
y que la guiase indefectiblemente
hacia un lugar
donde todo es luz y alegría
y amor que no languidece.
Son instantes embriagadores,
instantes en los que creemos
que toda una eternidad cabe.























XXIV



Vivimos, en verdad, a golpe de deseos,
a golpe de impulsos reparadores,
de ilusiones protocolarias,
de promesas que no se cumplen.
Vivimos como si rodáramos
por una pendiente que no termina,
sin conciencia de que nuestro rodar
es siempre incierto.
La vida, por supuesto, es algo más hermoso
de lo que pensamos habitualmente:
no es un mero trámite
con el que liquidamos, por desgracia,
muchos de nuestros actos;
no es el valor pasajero
que concedemos al final
a todo lo que alguna vez perdimos.
La vida, por supuesto,
no se mide de ninguna manera,
ni se calcula lo que vale
por los éxitos o por los fracasos
que en ella obtuvimos.
La vida, al contrario,
tiene un precio inestimable,
una dimensión que se nos escapa,
un significado que sólo se descubre
si miramos lo que en nuestro interior se esconde.


















XXV



Se amontonan los años
como se amontona la nieve
sobre la hierba.
Yo no quiero mirar atrás
porque mirar atrás es igual que vivir
en un jardín cerrado,
en el que sólo unos vislumbres quedan.
Mis pies nunca vacilan,
sino que siempre avanzan
por el primer camino que encuentran,
con zarzales y breñas a los lados.
Avanzar ya es, en cierto modo,
encaminarse hacia algún sitio:
mientras se camina, se sueña,
y soñar es siempre aspirar más alto,
aspirar a algo que no se tiene,
a un lugar en el que se cumpla
el afán de felicidad
que todos albergamos en nuestra alma.
Mis pasos me conducen
hacia ese lugar anhelado
que en mi sueño se atisba,
un espacio luminoso y sereno
en el que los corazones de todos
palpitan encendidos.




















XXVI


Sólo quien se acostumbra a renunciar
sabe el precio que merece la vida;
sólo el que tiene por costumbre
la renuncia valora
lo que es de veras importante,
puesto que la renuncia
es una forma de aprender
a vivir sin el miedo
que nos persigue
desde que tenemos conciencia
de nuestra pequeñez.
Amar, en cierto modo,
supone renunciar
a una parte de lo que fuimos
antes de que el amor
confundiera el ritmo de nuestros pasos.
Amar, en cierto modo,
nos hace comprender
que la vida es un sueño
cuando nos apartamos de la orilla
y la miramos
como una corriente que nos arrastra
hacia el mar de felicidad
que al final nos espera.
























XXVII



Es eterna la tarde
aunque su luz es ya muy escasa,
la luz de rosa y de violeta
que deja tras los montes pardos,
con la cual el misterio de la vida
vuelve a agitar nuestra alma.








































XXVIII



Os quiero,
os quiero a todos los que alguna vez
habréis de ser testigos de mi vida,
seres anónimos
con quienes algún día mi destino
acaso se cruzará con el vuestro,
seres unánimes
con los que habré de coincidir
en algún punto de este mundo
por azares que guíen nuestros pasos,
seres libres, esclavos de la voluntad de otros,
tímidos o resueltos,
perezosos o audaces,
débiles o fornidos,
desgraciados o venturosos,
seres a los que una sola condición une
por encima de razas,
culturas o lugares,
la condición humana,
la condición primera
que tanto nos encumbra
y que tanto nos asemeja
por el inmenso amor que Dios nos tiene.


























XXIX



Un tumulto de aguas
en las acequias suena:
son esquilas de plata
de un rebaño de ovejas
que circula escondido
entre las altas hierbas,
mientras un cielo grana
a lo lejos llamea.





































XXX



El amor deja en el alma
un ancho surco,
un surco grande que nunca se cierra,
un surco que labrara
el arado de su dulce irrupción.

El amor deja en el alma
una huella indeleble,
una marca que no se borra
por más tiempo que pase,
una señal que brilla
en medio de la oscuridad
que los años y los dolores
arrojan en el corazón.

El amor deja en el alma
un anhelo infinito,
un ansia por alcanzar
la cima que lejos se yergue,
un deseo incesante
por lograr la soñada plenitud.

El amor todo lo llena,
todo lo colma
de bienes imperecederos,
todo lo sacia
de una paz insondable,
de una alegría inextinguible,
de una esperanza cierta
de tener lo que no se tiene,
de vivir una vida más radiante,
de vivir una vida más gozosa.












XXXI



Dame tu mano,
subamos aquel puerto,
alcancemos aquella cumbre
que entre nubes descuella;
descendamos después,
si es preciso, por cañadas oscuras,
por pasajes angostos.

Dame tu mano,
que nada nos detenga,
que nada nos sujete
ni tampoco nos intimide.
Avancemos despacio,
con el ánimo bien resuelto,
unidos para siempre.

Dame tu mano,
tu mano
junto a la mía,
tranquila, abandonada
−pájaro o nube−,
dulce tacto de ángel,
tu mano
junto a la mía,
segura, inmarchitable,
transmitiéndome a mí
su pulso fervoroso.

Dame tu mano,
crucemos aquel río,
aquel caudal de agua interminable,
paseemos por su ribera
igual que dos amigos,
igual que dos enamorados
que quisiesen ver en sus ondas
reflejado el amor que los abrasa.

Dame tu mano
−lirio o promesa−,
lleguemos pronto a aquella plaza
en la que una multitud se congrega,
inquieta, bulliciosa,
mezclémonos con ella cuanto antes,
compartamos con ella
todo lo que nos mueve.
Sí, mírala, mira a toda esa gente
que allí en la plaza se reúne,
nota en sus ojos un fulgor relampagueante,
una luz que la asiste.

Ven, acerquémonos,
con el corazón palpitante,
estrechemos sus manos,
las manos
de todos esos hombres y mujeres
que hay agolpados en la plaza,
una muchedumbre exultante,
vibrante de gozo y de esperanza.
Seamos dos que se unen,
dos que se agregan a toda esa gente
y que se confunden con ella
y que con ella forman
un mismo corazón,
una misma alma,
eterna y multiforme,
por virtud de unas manos que se tocan,
de unas manos que se entrelazan
para no separarse nunca.

Ven, aligera el paso,
confía en mí,
sígueme hasta donde yo vaya,
llévame hasta donde tú quieras,
subamos aquel puerto,
alcancemos aquella cumbre
si eso es lo que deseas.
Es un sueño la vida,
la vida que Dios nos regala,
la vida que ahora palpamos
cuando nuestras manos se estrechan.
Cabe en ellas un cielo,
un cielo azul que se tiñe de rosa por las tardes,
un cielo azul
que nuestras almas surcan como dos nubes plácidas,
movidas por un viento dulce…
Como dos pájaros
que vuelan par a par
y se levantan sin esfuerzo,
y aletean cada vez con más ansia,
y se ciernen, y planean
sobre un paisaje humano,
y se alejan por el aire,
y atraviesan espacios ignorados,
y vibran con todas sus fuerzas,
y brillan con el sol
cuando en sus alas se refleja,
y vuelven, y se posan,
y cantan porque son felices,
porque se sienten
colmados de alegría,
ebrios de una ilusión sin límites…
Dos pájaros,
dos nubes plácidas,
dos manos que se juntan
y que se unen con otras manos.
Esta es nuestra fuerza,
el secreto que nos sostiene,
el amor que nos lleva
hacia el horizonte de luz
que a lo lejos nosotros vislumbramos.