miércoles, 12 de octubre de 2011


TEMARIO DE LITERATURA

La poesía lírica del siglo XX hasta 1939

Este período puede ser dividido en tres etapas: la que coincide con el Modernismo y la Generación del 98 (últimas décadas del siglo XIX y primeros años del XX), la del Novecentismo o Generación del 14 y la que se corresponde con la Generación del 27, cuya labor se prolonga durante gran parte del siglo XX.
El Modernismo no es solo un movimiento artístico y literario. Es también una época, una época de crisis y de búsqueda de nuevos valores. Es un movimiento que afecta a todos los órdenes de la vida y que presenta por ello muchas caras; surgió en el campo de la teología y de él se extendió a otros terrenos.
El Modernismo representa un arte nuevo, caracterizado por el afán de modernidad. En literatura, este movimiento tiene su origen en dos corrientes de la poesía francesa de la segunda mitad del siglo XIX, el Parnasianismo y el Simbolismo, en los cuales se pueden encontrar ya los rasgos esenciales que después lo caracterizarían.
El Modernismo literario surgió en Hispanoamérica de la mano de una serie de poetas, entre los que destaca el cubano José Martí, uno de los grandes ideólogos de la nueva realidad americana. Con el Modernismo, la literatura hispanoamericana alcanza su plena madurez. El líder de este movimiento es el nicaragüense Rubén Darío, cuyas obras ejercieron una gran influencia en otros autores. El género más cultivado es la poesía. En el estilo modernista sobresalen los valores sensoriales y los efectos rítmicos del lenguaje. La desazón romántica, la evasión en el espacio y en el tiempo, el cosmopolitismo, el sentimiento americano, son algunos de sus temas más característicos.
El influjo de Rubén Darío fue decisivo en el devenir del modernismo español. Sin él, nuestros poetas modernistas hubieran seguido otro rumbo. Entre ellos, destacan Salvador Rueda, Francisco Villaespesa, Manuel y Antonio Machado, Valle- Inclán y Juan Ramón Jiménez. Algunos de ellos no abandonaron la línea modernista instaurada por Rubén Darío; otros, como los tres últimos, se apartaron de ella para seguir otros caminos. En general, el modernismo español es más intimista; se puede comprobar en los libros iniciales de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez, en los cuales se aprecia un tono más íntimo, de raíces románticas, con una clara influencia simbolista.
La Generación del 98, surgida a finales del siglo XIX, es un movimiento exclusivamente español. Pertenece a la época del Modernismo. La pérdida de las últimas colonias españolas desató una intensa polémica: a la crisis social, económica y política que ya había se vino a sumar ahora una preocupación ideológica, centrada en el tema de España. Campos de Castilla de Antonio Machado es un claro ejemplo de todo ello: en esta obra, el autor abandona el modernismo para expresar con un estilo más personal todo lo que le inspiraba su renovado interés por España. Dotado de una gran sensibilidad, descubre en el paisaje castellano y en sus gentes las claves para entender la realidad en la que se halla.
En torno a 1914 surge una nueva generación de intelectuales, conocida como Novecentismo o Generación del 14. Con ella se desarrolló un nuevo concepto de poesía intelectual, cuyo máximo ejemplo fue la poesía pura que cultivó Juan Ramón Jiménez en su última etapa. La influencia de Juan Ramón Jiménez será decisiva en la formación de los poetas de la Generación del 27. Junto a él, hay que destacar también la labor de Ramón Gómez de la Serna, quien introdujo las primeras vanguardias en la literatura española. El Ultraísmo y el Creacionismo fueron dos de los movimientos vanguardistas que se desarrollaron en España. En los años veinte, tuvo mucha importancia el ensayo La deshumanización del arte de Ortega y Gasset: en él dio cuenta de la nueva poesía que se estaba escribiendo, caracterizada por la falta de sentimientos y por el excesivo artificio.
Con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora, se reunió en el Ateneo de Sevilla un grupo de poetas para rendirle homenaje. Entre ellos se encontraban muchos de los integrantes de la Generación del 27, considerada como una nueva edad de oro de la literatura española. La formaron, entre otros, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Manuel Altolaguirre y Emilio Prados. Fueron grandes amigos, la mayoría de ellos profesores, con una gran formación. Participaron en muchos actos comunes, como el referido homenaje, y publicaron en las mismas revistas. Admiraron a los clásicos españoles, a Bécquer y a Juan Ramón Jiménez, que les sirvió de modelo. En su producción se pueden distinguir distintas tendencias: la poesía pura de Jorge Guillén y Pedro Salinas; los ensayos vanguardistas de Gerardo Diego, uno de los máximos representantes del Creacionismo; la poesía neopopular de García Lorca y de Rafael Alberti; la línea surrealista que se inició a partir de 1930, con la que se dio paso a una rehumanización del arte. El Surrealismo fue el movimiento de vanguardia más duradero, el que más influencia ha ejercido a lo largo del siglo XX en el arte y en la literatura: este movimiento se propuso liberar en la obra artística todo lo que se hallaba contenido en el mundo del subconsciente; los escritores practicaron, entre otras técnicas, la de la escritura automática, con la cual trataban de expresar todos los pensamientos e impresiones que se sucedían de forma espontánea y caótica en sus mentes. Poeta en Nueva York de García Lorca, Sobre los ángeles de Rafael Alberti y La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre son algunas de las obras más representativas de esta tendencia.
El acontecimiento que marcó definitivamente a los componentes de esta generación fue la Guerra Civil. Lorca fue fusilado; Miguel Hernández, considerado como un epígono de la generación, moriría años después en la cárcel. Muchos poetas se fueron al exilio; el dolor por lo sucedido y la nostalgia de la patria se convertirán en ellos en temas recurrentes. Los pocos que se quedaron en España tuvieron un papel decisivo en los años venideros.

LA LÍRICA DEL SIGLO XX HASTA 1939 (CONTINUACIÓN)

Antonio Machado nació en Sevilla en 1875. El padre, profesor en la Universidad y estudioso del flamenco, ejerció una gran influencia en la formación de sus hijos. Considerado como uno de los mejores poetas modernistas españoles, Antonio Machado obtuvo la cátedra de Francés y fue destinado al instituto de Soria, donde se enamoró y se casó con una humilde muchacha, Leonor Izquierdo. Al poco tiempo ella murió de tuberculosis y él quedó desolado. Pidió el traslado a Baeza, donde estuvo unos años. Más tarde vivió también en Segovia y Madrid. Se enamoró por segunda vez, de una mujer a la que llama Guiomar en sus versos. Partidario de la República, tuvo que salir de España al término de la Guerra Civil. Pasó la frontera ya muy enfermo, acompañado de su madre, y murió a los pocos días en Collioure, un pueblecito francés donde está enterrado.
Antonio Machado se dio a conocer con Soledades, uno de los títulos más importantes del Modernismo español. Luego lo corrigió y amplió con nuevos textos en Soledades, galerías y otros poemas. Es una obra modernista, en la que se nota el influjo de Rubén y de los poetas simbolistas franceses, pero también se advierten en ella ya los temas fundamentales de su poesía, como el paso del tiempo, los recuerdos de una infancia perdida, un amor más soñado que vivido, la presencia de la muerte, la búsqueda de Dios, etc. Es un modernismo intimista, de corte romántico, muy influido por Bécquer. Machado concede una gran importancia a los sentimientos; su poesía es una honda palpitación del espíritu. Abundan en ella los símbolos: el agua que fluye simboliza el paso del tiempo; el agua estancada, la muerte; la tarde, la decadencia de la vida…
Con Campos de Castilla, Antonio Machado adoptó una postura cercana a la Generación del 98. Su estancia en Soria fue definitiva. Allí se enamoró y entró en íntimo contacto con el alma castellana, presente en sus paisajes, sus pueblos y sus gentes, aunque a veces repara también en los aspectos más duros y más miserables de esa realidad, como ocurre en la Tierra de Alvargonzález. Su estilo también es diferente en esta obra, como destaca en el famoso Retrato con el que da comienzo. Sin embargo, persisten en ella el mismo espíritu del poeta y la misma voluntad de dar a conocer sus sentimientos más profundos. Hay poemas en los que presenta su preocupación por España: en ellos se queja de los vicios y defectos del pasado y se ilusiona con el nacimiento de una España nueva, representante de una juventud regeneradora.
La parte central y más emotiva de Campos de Castilla es la que dedica a Soria, al paisaje soriano por el que paseó innumerables veces. En unos versos inolvidables, se despidió de él con verdadera pasión, tratando de grabar para siempre en su memoria y en su corazón lo que allí había vivido. También se encuentran poemas dedicados a Leonor Izquierdo, a la que recuerda después con nostalgia y dolor.
Su obra poética se completa con Nuevas Canciones y con otros poemas de circunstancias que compuso al hilo de los acontecimientos, como la elegía que dedicó a García Lorca.
Machado también escribió en prosa. Creó dos personajes, Abel Martín y Juan de Mairena, filósofos y poetas a los que atribuye sus propias meditaciones en forma de artículos, párrafos sueltos o cortos diálogos. Otro título importante fue Los complementarios.

Juan Ramón Jiménez es uno de nuestros grandes poetas contemporáneos. Nació en Moguer (Huelva) en 1881. Empezó a escribir poesía muy pronto; fue su única vocación. Muy joven, se trasladó a Madrid, llamado por otros poetas para defender el modernismo. Le afectó mucho la muerte de su padre y cayó en una especie de crisis nerviosa, de la que le costó recuperarse. Pasó temporadas en Moguer y en Madrid, donde empezó a relacionarse con los que después serían los poetas del 27, sobre los que ejerció un gran magisterio. Se casó con una escritora, Zenobia Camprubí, que llegaría a ser imprescindible en su vida. Al comienzo de la Guerra Civil, se exilió con su mujer y vivió en varios países americanos. Finalmente, se instalaron en Puerto Rico. Fue galardonado con el Premio Nobel, poco antes de que muriera su esposa y de que cayera en una nueva y fatal depresión.
Era de un espíritu muy sensible y de una mentalidad muy vulnerable. Toda su vida estuvo entregada a la poesía. Su influencia es fundamental en la poesía española contemporánea.
En un poema escrito en 1918 el propio Juan Ramón resumía las etapas por las que había pasado su poesía hasta entonces. Empezó de una forma inocente, con un estilo muy sencillo. Muy influido por Bécquer, compuso obras de carácter romántico, entre las que destacan Arias tristes y Jardines lejanos. Después empezó a dejarse arrastrar por la moda modernista, representada por Rubén Darío, aunque su modernismo tendrá también rasgos singulares y un cierto aire melancólico e intimista. Se trata de una tendencia que él repudiaría después; cansado de ella, fue despojando su expresión de los ropajes modernistas. Poco a poco su poesía se fue depurando y adquiriendo una nueva dimensión; Diario de un poeta recién casado (1916) fue el libro en el que vino a culminar esta búsqueda de un estilo nuevo, de una poesía pura.
A partir de entonces, Juan Ramón buscará el nombre exacto de las cosas, con el cual designe la realidad invisible y eterna de la que ellas son signos. Un título importante será Eternidades. Le seguirán La estación total, Espacio, En el otro costado y Animal de fondo. Es ésta una poesía difícil, en la que el tema principal será la afirmación de su propia conciencia, una conciencia creadora que se hace universal y panteísta. Espacio es un largo poema que ha sido reconocido unánimemente por la crítica como una de las creaciones más originales de nuestra lírica.
Juan Ramón Jiménez cultivó también la prosa poética, un género nuevo que ya había despuntado en la segunda mitad del siglo XIX y que en su época fue muy seguido; se trata de una prosa cercana a la poesía en la temática y en el ritmo y forma que a ésta siempre han caracterizado. Su obra más conocida, de fama universal, fue Platero y yo, producida y ambientada en Moguer, en la cual se refiere con gran emoción todo lo que el poeta experimenta en compañía de su burro por aquellas tierras. Es una obra muy tierna, llena de sutiles impresiones y de grandes aciertos expresivos.
La importancia de Juan Ramón Jiménez es capital en la poesía española contemporánea. Con él surgió un lenguaje nuevo, un estilo peculiar que después sería continuado por los poetas del 27, para los que su influencia y su ejemplo fueron decisivos.

Federico García Lorca. Nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898. Cursó estudios de Derecho y se inició en la música bajo la tutela de Manuel de Falla. Su gran vocación será después la literatura, especialmente el teatro y la poesía. Fue un poeta de una gran inspiración, muy influido desde su infancia por la poesía popular que le llegaba a través de las canciones de su entorno más inmediato. Estuvo influido en sus inicios por Bécquer, Rubén Darío y Juan Ramón. Un libro importante en su trayectoria fue Romancero gitano, publicado en 1928. Realizó un viaje a Nueva York que lo marcó bastante, coincidiendo con la época del surrealismo. Fue después director de La barraca, un grupo de teatro universitario que representó obras por toda España. En sus últimos años se dedicó preferentemente al teatro; estrenó por entonces Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera… Fue fusilado en agosto del 36.
Fue un escritor muy sensible, de un gran atractivo personal. Su condición homosexual fue para él un motivo de hondo malestar. Se solidarizó con la suerte de seres marginados en la sociedad, como le ocurrió de alguna manera con la situación de la mujer, con los gitanos en Andalucía o con los negros en Nueva York.
Tras sus primeros libros de poemas, en los que ya se perciben algunas de sus principales preocupaciones, cultivó una poesía de corte popular, como se puede ver en Poema del cante jondo y en Romancero gitano. En esta última obra, una de sus cumbres poéticas, utilizó de nuevo el esquema antiguo del romance, con un estilo que asombraba por su acento dramático y por sus audaces y a veces oscuras metáforas. Según el mismo poeta, el gran tema de este libro era la pena negra, el destino trágico del que no pueden escapar la mayoría de sus personajes, muchos de ellos de raza gitana, con los que Lorca había convivido desde que era pequeño.
Otra obra importante fue Poeta en Nueva York, una de las grandes creaciones del surrealismo español. Escrita durante su estancia en esta capital, refleja el mundo con el que allí se encontró, la angustia y el horror que le inspiraban las escenas con las que hubo de enfrentarse. Su poesía adquiere a veces un carácter reivindicativo en los poemas en que se solidariza con las gentes que viven en una situación desesperada.
Tampoco se debe olvidar en su producción el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, una de las mejores elegías de la poesía española, inspirada por la trágica cogida de este torero que había sido amigo suyo y un hombre imprescindible para la generación del 27. Otras obras suyas fueron Diván del Tamarit y Sonetos del amor oscuro.



LA NARRATIVA DEL SIGLO XX HASTA 1939
El Modernismo supuso la entrada en una nueva época para el arte y la literatura, una época marcada por la búsqueda de un estilo moderno.
En España, el final del siglo XIX estuvo marcado por una profunda crisis, acentuada por las especiales circunstancias que se produjeron después de la pérdida de las últimas colonias.
Un grupo de intelectuales y escritores, conocido después como Generación del 98, intentó poner remedio al principio a los males de España de forma parecida a como proponía el regeneracionismo, movimiento liderado por Joaquín Costa.
España se convirtió así en el tema central de estos escritores. La preocupación por España no era nueva en la literatura española. Uno de los precedentes más inmediatos lo tenían en Ángel Ganivet, al que se le considera precursor de este grupo. También Unamuno lo había tratado mucho en sus escritos; él fue, por ejemplo, el que inventó el concepto de intrahistoria, aplicado al conjunto de hechos cotidianos protagonizados por la gente anónima.
El desengaño de la política llevó a estos escritores a amar aún más a España. Buscaron la esencia española, el alma del país; la buscaron en el paisaje (sobre todo, en el de Castilla), en las tradiciones del pueblo español, en la historia, en la propia literatura…
Los integrantes de la Generación del 98, a la que dio nombre Azorín en unos artículos publicados en ABC, fueron los siguientes: Miguel de Unamuno, el propio Azorín (seudónimo de José Martínez Ruiz), Pío Baroja, Antonio Machado y Valle-Inclán. Unamuno, nacido en Bilbao, fue un hombre polifacético: además de catedrático, fue ensayista, articulista, poeta, novelista y dramaturgo. Es, sin lugar a dudas, uno de nuestros más grandes escritores del siglo XX. Sus dos principales preocupaciones fueron la fe y el problema de España. Su novela Niebla, a la que llamó nivola, fue un claro ejemplo de obra moderna, ya que el autor se valió de ella para exponer sus ideas en los diálogos que mantienen los personajes y en todas las digresiones que incorpora a su narración. Esta fórmula narrativa la utilizó también en otras obras; una de las más destacadas fue San Manuel bueno, mártir, en la cual plantea la problemática de la fe. Un aspecto importante de este autor lo constituyen sus paisajes, en los que trata de vislumbrar el alma que se refleja en ellos, alcanzando momentos de gran altura contemplativa.
Azorín, alicantino, cultivó también varios géneros, desde el teatro hasta la novela. Como narrador, se dio a conocer con una novela muy renovadora, en la que ensayaba un tipo de literatura impresionista. Azorín destaca, sin duda, por sus paisajes. Cultiva además una prosa muy artística, de grandes efectos rítmicos y estilísticos. Entre sus creaciones más significativas, sobresale quizá Castilla por su especial relevancia en la ideología que sustenta a la Generación del 98.
Pío Baroja nació en San Sebastián. Fue el gran novelista de la generación. Amó a España con amargura, como se comprueba constantemente en sus obras.
A veces se ha dicho que su estilo es un tanto desaliñado. Fue, ante todo, un excelente narrador; en sus novelas se halla una amplísima galería de personajes.
Escribió novelas de aventuras, algunas ambientadas en su tierra vasca o en el mar, como Zalacaín el aventurero o Las inquietudes de Shanti Andía; en otras, en cambio, presentaba personajes bastante autobiográficos, tipos introvertidos y muy pesimistas que enjuician y critican cuanto ven, como ocurre en El árbol de la ciencia, una obra en la que refleja muy bien el espíritu noventayochista, así como los hechos políticos y sociales que lo generaron. Es muy famosa también su trilogía titulada La lucha por la vida, ambientada en los medios más pobres y marginados de Madrid.
La obra narrativa de este autor es muy extensa. Con su estilo directo y sencillo, a veces impresionista, se le considera un representante genuino de nuestro realismo, el cual tendrá después continuación en las obras de Cela, Delibes y otros narradores españoles del siglo XX.
Ramón María del Valle-Inclán, gallego, fue, sin duda, un hombre original, no solo por sus ideas sino también por su figura y por su forma de vestir y de actuar. El general Primo de Rivera lo llamó “eximio escritor y extravagante ciudadano”.
Se declaró carlista, más por estética que por convicción, si bien el carlismo era una causa con la que él estuvo muy familiarizado. En la última etapa de su vida, sin embargo, fue tomando posiciones cada vez más radicales, cercanas al comunismo.
Valle-Inclán cultivó todos los géneros. Fue un poeta modernista, influido por Rubén Darío. Sus Sonatas constituyen la mejor prosa modernista de la literatura española. En su obra narrativa, destacan también sus novelas inspiradas en la segunda guerra carlista y, sobre todo, Tirano Banderas, novela en la que realiza una soberbia caricatura de un dictador latinoamericano, uno de los mejores precedentes de otros textos que se escribirán después sobre el mismo tema. Completan su obra narrativa las novelas del Ruedo ibérico, centradas en la época de Isabel II.
El Novecentismo. Destaca por su europeísmo y por la gran formación intelectual de sus integrantes. Su autor más representativo fue Ortega y Gasset, sin duda el pensador más importante de nuestra literatura. A ella también pertenecieron insignes escritores como Ramón Gómez de la Serna, Eugenio d’Ors y Gregorio Marañón.
Uno de los géneros más cultivados será la novela, en la cual sobresalen dos singulares escritores, Ramón Pérez de Ayala y Gabriel Miró.
Pérez de Ayala es muy notable por el empleo de la ironía y por la creación de una de las prosas más originales de nuestra literatura. Su obra más conocida es Belarmino y Apolonio, en la cual enfrenta dos formas diferentes de entender el mundo, representadas por dos zapateros: Belarmino, con un peculiar sentido filosófico de la vida, y Apolonio, con una visión de carácter más dramático. Gabriel Miró, de Alicante, es el creador de una de las prosas más bellas de la literatura española: poseía unas excelentes condiciones para sentir el paisaje y para expresar sus sensaciones con gran sutileza. Es autor de cuentos, estampas y novelas de diverso carácter. Entre estas, sobresalen las que dedicó a Oleza, que es el nombre artístico de Orihuela: Nuestro Padre San Daniel y El obispo leproso.

La otra narrativa española de este período. Aunque los miembros de la Generación del 27 se dedicaron preferentemente a la poesía, algunos de ellos también cultivaron la narrativa, como es el caso de Luis Cernuda, uno de los mejores cultivadores de la prosa poética de nuestra literatura.
Casi contemporáneos de los poetas del 27 son los novelistas Arturo Barea, Max Aub, Ramón J. Sender y Francisco Ayala. Este último ha sido muy valorado en los últimos años. Además del ensayo, cultivó la novela y la narración corta. Entre sus novelas, sobresale Muertes de perro, sobre un dictador de un país presuntamente hispanoamericano. Entre los libros de relatos, destaca Los usurpadores. Recuerdos y olvidos es una obra autobiográfica, en la que el autor hace un concienzudo repaso a los principales acontecimientos que marcaron su vida.
Reconfortado su espíritu con la lectura, se levantó y siguió andando. En la soledad, su espíritu atento encontró el campo lleno de interés. ¡Qué diversas formas! ¡Qué diversos matices de follaje presentaban los árboles! Unos, altos, robustos, valientes; otros, rechonchos, achaparrados; unos, todavía verdes; otros, amarillos; unos, rojos, de cobre; otros, desnudos de follaje, descarnados como esqueletos; cada uno de ellos, según su clase, tenía hasta un sonido distinto al ser azotado por el viento: unos temblaban con todas sus ramas, como un paralítico con todos sus miembros; otros doblaban su cuerpo en una solemne reverencia; algunos, rígidos e inmóviles, de hoja verde perenne, apenas se estremecían con las ráfagas de aire. Luego el sol jugueteaba entre las hojas, y aquí blanqueaba y allí enrojecía, y en otras partes parecía abrir agujeros de luz entre las masas de follaje. ¡Qué enorme variedad! Juan sentía despertarse en su alma, ante el contacto de la Naturaleza, sentimientos de una dulzura infinita.
Pío Baroja, Aurora roja.

La arboleda y las granjas del recuesto iban penetrando bajo la sombra blanda y húmeda que venía del hondo como un humo.
En el crepúsculo de vendaval, de cielo amarillo, turbio, cegado de arenas enviadas por el desierto, Jerusalén hincaba los contornos de sus torreones, de sus cúpulas, de los macizos de mármoles del Templo, de la fortaleza Antonia.
Encima de la ciudad, surgiendo de una banda de niebla, se estremecía la dulce ascua del lucero de la tarde.
Gabriel Miró, Figuras de la Pasión del Señor.

A esa edad, ¡qué tonta puede ser una, Dios mío! Todavía hoy; aún no sé bien, ni me explico, por qué tuvo que afligirme tanto y me produjo una vergüenza tan grande, tan desesperada, hasta hacérseme inconciliable el mundo por su causa, aquella historia absurda de la barba, o alrededor de la barba; una historia confusa y disparatada cuyo chiste, si alguno tenía, apenas podía entenderlo una mocosa boba, como era por entonces, y que, no obstante, hube de escuchar las mil y quinientas veces, repetida entre risotadas. ¡Dichosa barba del capitán Ramírez!
Hoy puedo pensar, y decir, y escribir: “una historia absurda”; y así es como, en efecto, la veo ahora; pero ¡cómo torturó en su día mi corazón tierno, y cuántas lágrimas debieron rendirle mis ojos recién abiertos a la vida! Quizá sea que los sentimientos se me han ido embotando con los años; ya soy una mujer, y no una niña; quizá –y esto es lo más seguro− no había motivo real para tanto drama, sino que yo desorbitaba y sacaba de quicio lo que en verdad no pasó nunca de ser una chacota cuartelera, burda si se quiere, y necia, sí, pero ni malvada, ni cruel, ni atroz, ni espantosa, ni abominable, ni cuantos adjetivos me brotaban entonces del pecho para quemarme la boca. ¡Pobre capitán Ramírez! ¿Qué habrá sido de él?
Francisco Ayala, La barba del capitán.


EL TEATRO ESPAÑOL HASTA 1939

En el primer tercio del siglo XX predomina un teatro comercial, en consonancia con las preferencias del público burgués, que es el que asiste preferentemente a las representaciones. Por ello, es un teatro pobre, de escaso interés artístico. Uno de los autores más destacados de este periodo fue Jacinto Benavente, que se tuvo que plegar también a las exigencias de ese público. En general, sus obras presentaron temas poco conflictivos; sobresalían en ellas los diálogos por encima de otras cualidades dramáticas. Tuvieron un gran éxito, aunque no son obras muy perdurables. La que le otorgó más fama y reconocimiento fue Los intereses creados.
Otro tipo de teatro que tuvo un gran seguimiento fue el de los sainetes, piezas más bien cortas de carácter humorístico que eran continuadoras del cuadro costumbrista romántico. Uno de los autores más destacados de esta tendencia es Carlos Arniches, que se hizo famoso por la recreación de un lenguaje castizo. Más tarde evolucionó hacia una nueva fórmula que añadía una cierta crítica social. La señorita de Trevélez es su obra más conocida de este periodo. Junto a él cabe también mencionar dentro de esta línea a los hermanos Álvarez Quintero y a Pedro Muñoz Seca, el autor de La venganza de don Mendo.
Hay una tercera tendencia en esta época, el llamado teatro poético, desarrollado en forma de verso bajo la influencia inicial del modernismo. Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa, los hermanos Machado y José María Pemán son sus principales representantes.
Hubo además un teatro renovador que fue poco valorado por el público. Fue el que intentaron hacer Miguel de Unamuno, Azorín y Ramón Gómez de la Serna, entre otros.
Dentro de este grupo estaría también Valle-Inclán, si bien su teatro superaría cualquier frontera, convirtiéndose en uno de los más audaces y reconocidos por la crítica. El teatro de Valle- Inclán pasa por una evolución parecida a la que se observa en su poesía y sobre todo en su narrativa. Una de sus obras maestras fue Divinas palabras, de ambiente gallego, donde bullen sórdidas ambiciones familiares y oscuros pecados. A partir de 1920, el autor creó los llamados esperpentos, especie de caricaturas con las que distorsiona y satiriza la realidad de España a la que se enfrenta. Lo más original de esta nueva fórmula reside sobre todo en el lenguaje, en la variedad de recursos que utiliza para conseguirlo. Destaca Luces de bohemia, obra que presenta las últimas horas en la vida de un escritor ciego y errabundo, un ser estrafalario y bohemio que se llama Max Estrella y que aparece acompañado de otro personaje no menos singular, don Latino de Híspalis.
En la generación del 27 cabe destacar los intentos teatrales de Rafael Alberti y de García Lorca, aunque es sin duda el granadino quien obtendrá los mayores éxitos.
En la vocación teatral de Lorca tuvieron una influencia decisiva las obras de títeres y marionetas que él había contemplado durante la infancia en su pueblo. Se dio a conocer con El maleficio de la mariposa, cuyo estreno fue más bien un fracaso. Su siguiente obra, en cambio, constituyó un éxito rotundo: se trataba de Mariana Pineda, un drama romántico en verso estrenado en 1927 y que fue muy bien acogido por el público. Muy distinta sería La zapatera prodigiosa, una simpática farsa de sabor popular en la que aparece una joven zapatera que se casa con un zapatero mucho mayor que ella, al que finalmente acaba demostrando su fidelidad. Le siguieron sus grandes dramas; en ellos, Lorca presenta conflictos en los que los protagonistas, la mayoría femeninos, no pueden realizarse como personas ante las limitaciones que les impone la realidad en la que viven. En Bodas de sangre, los dos jóvenes que protagonizan la historia son víctimas del destino trágico que había sembrado de odio sus familias. En Yerma se nos presenta el conflicto psicológico de una mujer que acaba culpando al marido de la imposibilidad de tener hijos. Doña Rosita la soltera es el drama de una mujer granadina que ve cómo pasa el tiempo sin que su novio vuelva. La casa de Bernarda Alba, escrita poco antes de morir y por tanto no estrenada en vida del autor, es quizá la obra en la que culmina la dramaturgia de Lorca.
Junto a este teatro, Lorca también cultivó otro de estilo surrealista, muchas veces de carácter simbólico. Son obras representativas de él Así que pasen cinco años y El público.
Otro autor de esta época que compuso también teatro fue Miguel Hernández, del que se puede destacar su obra El labrador de más aire, en la que cultiva un tipo de teatro social y reivindicativo.
Otros escritores que estrenaron antes de la Guerra Civil y a los que se les ha incluido dentro de la otra Generación del 27 son Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura, que se estudiarán más adelante.

LA NARRATIVA ESPAÑOLA DESDE 1940 HASTA 1970

La narrativa, que no había sido muy cultivada antes de la Guerra Civil, conoció en los años cuarenta un inesperado resurgimiento.
Entre los novelistas anteriores a la guerra que se quedaron en España y que continuaron escribiendo después sobresale Wenceslao Fernández Flórez, cuya novela El bosque animado se puede contar entre las mejores que se escribieron en nuestro país en la posguerra.
En 1942, se publicó sin duda una de las obras más importantes de nuestra literatura contemporánea, La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela. Con ella resurgía el género de la novela para dar testimonio de las terribles circunstancias por las que atravesaba España. Le siguió poco después Nada de Carmen Laforet, una novela de características distintas pero que también trataba de ser un reflejo de la triste realidad que se vivía.
Cela fue un autor bastante prolífico que abrió muchos caminos en nuestra literatura. Con La familia de Pascual Duarte inauguraba uno de ellos, el del tremendismo, como así se le conoció. Presentaba una realidad ingrata, dura, cruel, con una prosa descarnada, a veces poética. Cultivó también la literatura de viajes, de la que constituye un claro ejemplo su Viaje a la Alcarria. En 1951, se publicó otra de sus novelas más innovadoras, La colmena. Se trata de una novela social, en la que presenta un breve período del Madrid de la posguerra, una obra en la que aparecen más de 300 personajes, sin que ninguno se llegue a erigir en verdadero protagonista. Se puede hablar por ello más bien de un personaje colectivo. Esta tendencia, la del realismo social, será la que predomine en los años cincuenta.
Cela cultivará después la novela experimental. Algunas de sus últimas creaciones serán muy valiosas, como Mazurca para dos muertos y Madera de boj. Es autor también de relatos breves.
La otra novela fundamental de los años cuarenta fue Nada. La autora, Carmen Laforet, escribió otros libros; sin embargo, es aquél principalmente por el que se le recuerda. Se cuenta la historia de una joven que se instala en Barcelona en casa de unos tíos para estudiar en la universidad. La acción transcurre en la inmediata posguerra, en una época de muchas privaciones. La casa de los tíos es un mundo oscuro en el que perviven viejos conflictos que acaban por agobiar a la protagonista, para quien la única salida son las amistades que contrae en la universidad, sobre todo la que le une con una íntima amiga que termina ayudándole para que se marche de allí.
Otro autor importante que se dio a conocer en estos años fue Miguel Delibes. Este escritor vallisoletano obtuvo el premio Nadal en 1948 con La sombra del ciprés es alargada. Dos años después publicará El camino, una de sus obras maestras; en ella se cuenta la historia de tres niños, su iniciación a los gozos y a los misterios de la vida en el medio rural en que viven. Le seguirá Mi idolatrado hijo Sisí, extraordinario estudio del egoísmo humano, centrado en un rico comerciante de Valladolid que idolatra el amor que siente por su hijo. Otra obra fundamental, publicada en 1962, será Las ratas, una novela también realista en la que el autor nos presenta un mundo primitivo, en el cual se mueven personajes muy característicos de una España profunda, como son el tío ratero y su sobrino; la historia, como no podía ser de otra manera, acaba de una forma trágica, con la muerte que causa el tío a otro cazador de ratas. Cinco horas con Mario, publicada después, es el monólogo de una mujer, Carmen, delante del cadáver del marido.
Delibes escribió otras obras, como Los santos inocentes o El hereje. Esta última es una novela histórica, ambientada en el Valladolid del siglo XVI; su protagonista, un erasmista, es víctima de la intolerancia religiosa de aquel tiempo.
Torrente Ballester, gallego, es un escritor que empezó a publicar también en los años 40. Ante todo, fue un narrador muy bien dotado. Una de sus obras más conocidas fue Los gozos y las sombras, que se inscribe en un realismo diferente del que se venía practicando. Consiste en una trilogía en la que nos presenta la rivalidad de dos personajes en una localidad gallega en tiempos de la República, dos personajes que rivalizan en muchos aspectos y que representan dos formas enfrentadas de entender la vida. Torrente Ballester compuso después, en los años 60, una novela innovadora propia de entonces, La saga/fuga de J.B., una novela que no desmerece en nada a las grandes creaciones del boom hispanoamericano. En ella, nos relata una historia inventada, ocurrida en un lugar que habría que situar más bien entre la realidad y la ficción. La novelística de Torrente se completa con otras muchas obras, algunas de gran relieve, en las cuales a veces apunta un humor muy característico.
Son muchos los autores que como los anteriores empezaron a escribir en esta década de la posguerra. Se puede destacar también a Ana María Matute, que empezó con una literatura realista y que después, al cabo del tiempo, se decantó por otra más fantástica.
La colmena de Camilo José Cela es la novela pionera de la tendencia que se cultivará en España en los años 50. En ella se hacía un retrato realista del Madrid de la posguerra: tenía, pues, un carácter social en su afán de reflejar los ambientes y las dificultades que se presentaban en la sociedad española de aquella época. Esta línea, en efecto, será continuada después por muchos escritores, que quisieron también situar sus historias en la realidad de su tiempo, una realidad que ofrecía numerosos aspectos y situaciones con los que no estaban de acuerdo. Surgió así el realismo social en la novela, de forma paralela al que se practicó en otros géneros. Para estos escritores, la literatura podía ser un instrumento que podía cambiar el mundo; llegaron a utilizarla como un modo de denunciar los males que observaban en su entorno. Se escribieron novelas localizadas en distintos sectores de la sociedad, desde ambientes urbanos hasta lugares apartados del campo o del trabajo industrial. Se trata de novelas en las que aparecen algunos cambios importantes, como el uso del personaje colectivo, la reducción del tiempo de la novela o la práctica de un objetivismo que llevó a algunos autores a un tratamiento riguroso del lenguaje y de las escenas que presentaban en sus obras. Junto a los grandes narradores de la década anterior, que también se sumaron a esta tendencia, aparecieron otros muy destacados, como Juan Goytisolo, García Hortelano, Caballero Bonald, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite o Rafael Sánchez Ferlosio. Una de las novelas más importantes de este periodo, posiblemente la mejor, fue El Jarama, de este último autor. En ella se cuenta la excursión que realizan unos jóvenes a las inmediaciones del Jarama, donde coinciden con otros grupos de excursionistas; la mayor parte de la obra discurre en forma de diálogos, en los que se reproduce muy bien el registro coloquial que utilizan los personajes. Juntos a los diálogos, sobresalen también fragmentos narrativos de una sobrada maestría y unas descripciones de un gran mérito artístico. Al final una de las chicas se ahoga, con lo cual la novela adquiere una grandeza dramática que antes no tenía.
En los años 60 aparecen importantes cambios en el campo de la novela española, al mismo tiempo que se produce el boom de la novela latinoamericana, que tan decisivas consecuencias va a tener también en nuestra literatura. Estos cambios no son sino las incorporaciones de todas las novedades y aportaciones que se habían venido produciendo en la novelística mundial desde comienzos del siglo XX. Los autores más influyentes a este respecto serán Kafka, Marcel Proust, James Joyce y William Faulkner.
Aunque algunos de estos cambios habían empezado a aplicarse en los años 50, es en los 60 cuando se llevan a cabo las mayores transformaciones. Cambian todos los componentes de la novela: la estructura externa se presenta de otra manera, a veces sin ningún tipo de divisiones; el tiempo narrativo no se organiza como antes, de un modo más o menos lineal, sino que ahora se ofrece desordenado, con saltos hacia adelante o hacia atrás (lo que se conoce como flash back); en lugar del narrador omnisciente tradicional, aparece un autor oculto, que se limita a contar lo que se ve; el argumento deja de ser importante por sí mismo; los personajes ya no se caracterizan tampoco como antes, como seres muy bien definidos, sino que se presentan desdibujados o incluso sin una clara identidad; se utilizan técnicas nuevas, como el estilo indirecto libre o el monólogo interior; se usan todas las personas narrativas, a veces en un mismo texto; con frecuencia se prescinde de los signos de puntuación tradicionales o se recurre a diferentes registros; el lenguaje de la novela también es distinto, pues ahora admite toda clase de recursos y de figuras retóricas, antes reservadas a la poesía. Surge así un tipo de novela experimental, de la que son un claro ejemplo algunas de las obras que se publican en estos años en España. Una de las más importantes fue Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, publicada en 1962. Es sin duda una novela pionera, con la cual se inicia una nueva época en nuestra literatura. Muy influida por el Ulises de James Joyce, supone la superación del realismo social, ya que ofrece una irónica visión de la realidad que en ella se refleja; viene a demostrar que existen otros condicionamientos que influyen en los individuos, no sólo los de orden social: es una obra que comporta una gran carga existencial y simbólica. Se trata de un nuevo enfoque, de una nueva manera de utilizar el material narrativo. Quizá lo más innovador de ella sean el estilo y la asombrosa facilidad con que se manejan diferentes registros y procedimientos narrativos, como el uso de digresiones o el monólogo interior, además de todas las novedades de carácter estructural que afectan a la secuenciación de la novela.
Son años de experimentación, en los que aparecen sorprendentes novelas. Algunas de las más destacadas pertenecen a autores ya consagrados, como Delibes (Cinco horas con Mario), Cela (San Camilo 1936) o Torrente Ballester (La saga/fuga de J.B.). Junto a ellos, merecen también especial mención otros que se habían dado a conocer en los años 50. Juan Goytisolo, por ejemplo, es uno de los más importantes con Señas de identidad y Reivindicación del conde don Julián, novelas en las que se echan de ver muchas de las novedades de esta época. Carmen Martín Gaite, con un estilo bien distinto, compuso una novela también muy interesante, Retahílas, en la cual recreaba el largo diálogo que mantienen dos personajes mientras velan el cadáver de un familiar.
Además de estos autores, aparecen en estos años otros de un gran valor. Uno de ellos es Juan Benet, cuya obra Volverás a Región está considerada como una de las más representativas del género. En ella se da cuenta de un lugar mítico, situado entre la realidad y la ficción, un lugar que viene a ser también un trasunto de España. En una novela posterior, Una meditación, Juan Benet llegaba al extremo de presentar la narración de forma continuada, sin ninguna división de secuencias o de capítulos.
Otro autor destacado es Juan Marsé, un escritor barcelonés que sobresalió por sus grandes dotes narrativas. Una de sus obras más conocidas de este periodo es Últimas tardes con Teresa, en la cual nos ofrece una visión crítica de la burguesía catalana a través de las relaciones de un joven delincuente con una estudiante de familia burguesa.
Durante todos estos años, no hay que olvidar la labor de destacados cuentistas. Entre los cultivadores del relato breve, se encuentran algunos de los narradores que se han mencionado antes, como Ana María Matute o Carmen Martín Gaite. Junto a ellos, sobresalen otros que se han dedicado preferentemente a este género, como son los casos de Jiménez Lozano, Medardo Fraile e Ignacio Aldecoa: en todos ocupa un lugar muy destacado el cuento de carácter realista. Ignacio Aldecoa es autor de interesantes novelas, en las cuales supo también desarrollar sus excelentes dotes como narrador, con un estilo salpicado de metáforas muy llamativas.


LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1940 HASTA 1970


La Guerra Civil truncó la trayectoria de los poetas españoles. Por un lado están todos los que se fueron al exilio; por otro, aquellos que se quedaron en España, entre los que se aprecian diferentes ideologías. Para los primeros, España, la patria perdida, se convirtió en uno de los temas recurrentes de su poesía. Para los segundos, la situación en la que se encontraron los obligó a reaccionar de distintas maneras.
Antes de la guerra, había comenzado a perfilarse una tercera generación que habría de suceder a la del 27, también llamada del 36, a la que pertenecería por edad Miguel Hernández. Integran este grupo poetas importantes, como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o José Antonio Muñoz Rojas, cuya obra ha sido revalorizada recientemente. Se trata, por lo general, de una poesía clásica, parecida a la que lleva a cabo también la denominada juventud creadora a través de la revista Garcilaso, que dirige el poeta José García Nieto. Es un tipo de poesía arraigada, alejada de los problemas reales de aquellos años, si bien estos poetas seguirían después trayectorias más personales, como es el caso de Luis Rosales, autor de una de las obras más significativas y originales de la poesía española del siglo XX, La casa encendida.
En 1944 se publican dos libros importantísimos que van a revolucionar el panorama poético de la posguerra. Hijos de la ira de Dámaso Alonso inaugura la corriente conocida como poesía desarraigada, descontenta con el mundo que le rodea. Sombra del paraíso de Vicente Aleixandre presenta un mundo paradisiaco del que el hombre ha sido desterrado. Junto a estas dos obras, hay que destacar la labor de la revista Espadaña, dirigida por Victoriano Crémer y Eugenio de Mora, que adoptó una postura beligerante contra Garcilaso.
Son años en los que se dan a conocer también otros muchos poetas, como Vicente Gaos, Carlos Bousoño, José María Valverde, Gabriel Celaya o Blas de Otero. Casi todos coinciden en cultivar un tipo de poesía de tono existencial.
Hay también otras tendencias y movimientos que serán valorados después. El postismo, de Carlos Edmundo de Ory, destaca por su experimentalismo de carácter vanguardista. El grupo Cántico, de Córdoba, se distinguió por un estilo muy culto y refinado; Pablo García Baena fue uno de sus principales representantes

A partir de 1950 cobró auge la llamada poesía social. Es la tendencia predominante en esta época: se considera ahora la poesía como un instrumento para cambiar la sociedad; se utiliza para denunciar las injusticias, las desigualdades sociales, la falta de libertad; se da prioridad en ella al contenido, se usa un lenguaje más directo, de carácter coloquial; es una poesía que se dirige a una inmensa mayoría.
Los principales representantes de esta tendencia son José Hierro, Gabriel Celaya y Blas de Otero. José Hierro, que se había dado a conocer en los años 40, publica ahora Cuanto sé de mí. Gabriel Celaya, que había empezado a escribir antes de la guerra, escribe un libro capital, Cantos iberos. Blas de Otero, por su parte, compuso Pido la paz y la palabra, que es una llamada a la reconciliación y a la superación del pasado.

La poesía social se fue agotando. Muy pronto surgió una generación nueva que se consolidaría en los años 60. Es ésta una generación muy brillante, a la cual se ha comparado a veces por su enorme calidad con la del 27. La integran, entre otros, Ángel González, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Caballero Bonald, Francisco Brines y Claudio Rodríguez. Ahora se entiende la poesía como un medio para conocer el mundo. Se trata de poetas comprometidos que se inclinan más bien por la expresión de experiencias personales, muchas veces de carácter intimista. Su estilo es, además, distinto: el lenguaje coloquial se depura, se da entrada a un tono más íntimo y se recurre con frecuencia al humor y a la ironía.
Ángel González destacó por una visión irónica y a veces muy tierna del mundo y de su propia experiencia. Uno de sus títulos más recordados es Áspero mundo, en el cual ya presenta algunos de sus temas más característicos.
Gil de Biedma fue un poeta que ejercerá una gran influencia. Una de sus preocupaciones principales será el pasado reciente de España. Compañeros de viaje es una de sus obras más conocidas.
Claudio Rodríguez se dio a conocer con una obra juvenil, dotada de una sorprendente madurez, Don de la ebriedad, en la cual expresa su regocijo vital y su deseo de sentirse comunicado con los demás hombres. La naturaleza será uno de sus temas preferidos.



LA NARRATIVA ESPAÑOLA DESDE 1970 HASTA HOY
En los años setenta se produce una vuelta a algunas de las formas tradicionales del relato. La novela que marca el inicio de esta nueva etapa es La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, publicada en 1975. En ella se continúan empleando las técnicas de los años precedentes, como la mezcla de materiales narrativos, el desorden cronológico, la parodia de otros géneros y la variedad de registros estilísticos; sin embargo, también se observa en ella un regreso a ciertas características de la novela tradicional, sobre todo a medida que avanza el relato: lo anecdótico vuelve a cobrar una gran importancia a través del relato de los sucesos acaecidos en Barcelona entre 1917 y 1920. Este autor no ha dejado de publicar desde entonces interesantes novelas, como El misterio de la cripta embrujada, una parodia del género policiaco, y La ciudad de los prodigios, que refiere también los hechos más importantes ocurridos en Barcelona en un amplio periodo de su historia.
Además de este autor, se dan a conocer excelentes narradores en estos años. Uno de ellos es Manuel Vázquez Montalbán, también barcelonés, que cultivó la novela policiaca en una larga serie protagonizada por el inspector Carvalho. Algunos autores que empezaron a publicar entonces y que lo continuarán haciendo en años posteriores son José María Guelbenzu, Francisco Umbral, Juan José Millás y José María Merino, entre otros.
En los años 80, junto a las obras de los narradores anteriores, sobresalen las de otros autores más jóvenes que se dan a conocer también entonces. Se mantienen algunas de las novedades ya reseñadas; por lo general, el argumento vuelve a ser el soporte principal de las historias. Se observan distintas tendencias en cuanto a la temática o al estilo de las novela. Se escriben novelas policiacas, históricas, autobiográficas, de carácter social o intimista…
El género policiaco es cultivado a finales de los años 80 por Antonio Muñoz Molina, un autor de gran fuerza narrativa que va a ocupar un lugar muy relevante a partir de entonces. Sus narraciones están dotadas de un sutil aliento poético y de una sabia recreación de pormenores y matices. Muchas de sus obras están ambientadas en Mágina, nombre con el que se refiere a su Úbeda natal, a la cual evoca como escenario en el que se desarrollan gran parte de sus historias, entreveradas de recuerdos personales y de sucesos acaecidos en el pasado que rescata de las voces y de los testimonios de sus familiares más próximos. En sus novelas hay también una voluntad de analizar los últimos resortes de la condición humana, las causas que justifican sus principales inclinaciones.
El género histórico es tal vez el que más seguidores ha tenido en los últimos años. Uno de los autores que mejor lo ha cultivado ha sido Arturo Pérez-Reverte, que con su serie dedicada al capitán Alatriste ha alcanzado una enorme fama, avalada por el gran número de ejemplares publicados.
Luis Landero es un escritor extremeño que sorprendió a comienzos de los noventa con una novela bastante original, titulada Juegos de la edad tardía. En ella contaba una disparatada y entretenida historia protagonizada por dos personajes muy cervantinos que acaban enredados en las propias invenciones que entre ellos van urdiendo. A esta obra le han seguido después otras que han confirmado su gran valía.
Javier Marías, hijo de un ilustre filósofo español, es también un escritor muy importante. En su obra destaca su gran dominio del lenguaje, basado en sus amplios conocimientos lingüísticos y en sus trabajos de traductor. Es un perfecto conocedor de la literatura en lengua inglesa. Muchas de sus novelas están ambientadas en Oxford, en cuya universidad estuvo trabajando una temporada. Su obra es, ante todo, muy original; junto al fino humor, sobresalen en ella las digresiones de carácter filosófico, en las que refiere todo lo que piensa acerca de los temas sobre los que versan sus historias.
Julio Llamazares publicó también por entonces La lluvia amarilla, una novela dotada de un gran componente lírico. En ella se refería la historia de un pueblo pequeño que poco a poco se va quedando sin habitantes, historia que es contada precisamente por el último de ellos.
Sería muy larga, casi interminable, la lista de autores que surgen en estos años. Manuel Rivas, Carlos Ruiz Zafón, Enrique Vila-Matas, Javier Cercas, Alberto Méndez, son algunos de ellos.

EL TEATRO ESPAÑOL DESDE 1940


El impacto de la Guerra Civil en el teatro fue tremendo. Tras ella, nada de lo que se hizo sería ya lo mismo. Los límites impuestos por la censura condicionaron bastante la producción teatral.
En los años cuarenta convivieron varias tendencias. Junto a un teatro de carácter comercial, se cultivaron otros de mayor calidad. Uno de ellos fue el drama burgués, que era continuador de la comedia de Benavente. Otro, el más interesante, fue el teatro de humor, en el que destacan dos importantes cultivadores, Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. El primero intentó hacer un tipo de humor original, basado en situaciones inverosímiles, aunque de vez en cuando tuvo que hacer también ciertas concesiones para ganarse el favor del público, acostumbrado a un tipo de humor más tradicional. El segundo será famoso por su obra Tres sombreros de copa, que inaugura un humor cercano al absurdo, muy audaz, aunque después se decantaría por un tipo de dramaturgia más convencional.
En los años cincuenta, igual que en otros géneros, surge en el teatro una corriente de signo realista que trata de reflejar los problemas del momento. Los autores más representativos de esta tendencia fueron, sin duda, Alfonso Sastre y Antonio Buero Vallejo.
Este último fue el dramaturgo español más importante de la posguerra. Fue soldado republicano en la Guerra Civil, condenado a muerte al finalizar la contienda y excarcelado después de que se le conmutara su pena por la cadena perpetua.
Su producción está marcada por el compromiso moral ante los temas humanos más universales. Buero lleva a su teatro lo que ve a su alrededor: los deseos y frustraciones de los hombres, las mentiras que se inventan para soportar su infelicidad, la presión que ejercen los gobernantes o la sociedad en los individuos para limitar su libertad.
El género que adoptó fue la tragedia. Con ella el autor pretendía desenmascarar la realidad y enfrentar al espectador a los conflictos que en sus obras se planteaban. Es un teatro en el que late un profundo sentido ético, a veces de inspiración cristiana.
En los dramas de Buero, los diálogos tienen un papel fundamental; son diálogos muy densos, de una gran hondura y precisión. Junto a ellos, sobresale también el arte de las acotaciones, a las que el autor concede una enorme importancia con el fin de conseguir determinados efectos especiales. Así, en algunas obras trata de hacer partícipe al espectador de lo que ocurre en escena, como sucede En la ardiente oscuridad, en la que hay un momento en que el escenario se oscurece para que se experimenten las mismas sensaciones que tienen los personajes, todos ellos ciegos.
Buero se dio a conocer con Historia de una escalera, una obra que representa una línea de teatro social que sería continuada después por otras.
Otro grupo importante lo constituyen los dramas de carácter simbólico, como el arriba mencionado, en los cuales se nos presentan personajes con algún tipo de tara física que simbolizan las limitaciones humanas para enfrentarse abiertamente a la realidad.
Además, Buero compuso muchos dramas históricos en los que planteaba argumentos que eran trasuntos de los conflictos que se vivían en la realidad; aunque se trataba de una forma de salvar la censura, eran dramas de una validez universal. Algunos de los más conocidos son Un soñador para un pueblo y El concierto de San Ovidio.
Dentro del teatro de los años cincuenta, hay que mencionar también al granadino José Martín Recuerda, que presentó en sus obras personajes ansiosos de libertad que tuvieron que enfrentarse a las circunstancias históricas en que vivieron. Su realismo es crudo, agrio, sincero, testimonial.
En la década de los sesenta, surge un movimiento de renovación caracterizado por un acercamiento al teatro extranjero, a todas las corrientes renovadoras que durante el siglo XX se estaban produciendo en Europa y el mundo, como el teatro de Bertolt Brecht o el teatro del absurdo.
Las experiencias más interesantes surgen de los grupos de teatro independiente, que llevan a cabo su labor al margen de los circuitos culturales establecidos. En ellos se advierte una nueva forma de entender y de practicar el teatro, en la que el texto cede su papel predominante a otros elementos adicionales, como la expresión corporal, la danza, la música, los efectos de luces, etc. Entre estos grupos, destacan Els Joglars, Tábano y el Teatro Experimental Independiente.
Los autores más importantes de este periodo se enfrentaron a muchos obstáculos, ya que fueron muy poco reconocidos por la crítica y el público. Uno de ellos fue Francisco Nieva, cuyas obras ofrecen un carácter simbólico y vanguardista, con un fuerte influjo del teatro del absurdo; en ellas, siempre se vislumbra una posibilidad final que conduce a la salvación, a pesar de la represión que suele ejercer la sociedad que presenta Nieva en sus historias. El otro autor fue Fernando Arrabal, que se caracterizó por una obra rebelde y provocadora, en la cual mezclaba elementos muy diversos, algunos procedentes también de las vanguardias o del teatro del absurdo.
Junto a todas estas tendencias, se dio también en los años sesenta una vuelta a la comedia burguesa de épocas anteriores, con historias y personajes muy alejados de las circunstancias sociales que existían en aquel momento. Alfonso Paso y Juan José Alonso Millán son algunos de los escritores que se adscribieron a esta tendencia.
Con la restauración de la democracia, todo pareció cambiar, si bien el teatro tuvo que competir con otros espectáculos que reclamaban también la atención del público. Se cultivó un tipo de teatro neorrealista, cuyos representantes más destacados son José Luis Alonso de Santos, Fermín Cabal e Ignacio Amestoy. En ellos, se percibe un evidente alejamiento del teatro de vanguardia y un enfoque claramente realista de los temas que abordan en sus obras, todos muy actuales, con una marcada preferencia por personajes marginados o poco integrados en la sociedad, con frecuentes destellos de humor o de ironía. Alonso de Santos, por ejemplo, practicó la comedia humorística en dos obras muy representadas, La estanquera de Vallecas y Bajarse al moro. Junto a estos autores, hay que destacar a Antonio Gala, que cultivó también el drama histórico, como se puede apreciar en su obra Anillos para una dama. Será un escritor que descollará asimismo en el género de la novela, con el cual conseguirá a veces un importante éxito de ventas.
En las últimas generaciones de dramaturgos se observa una cierta continuidad con respecto a los anteriores, de los que la mayoría se sienten herederos. Se observa también la presencia de conflictos contemporáneos, con elementos procedentes de muy diversos ámbitos.
Una de las obras que ha alcanzado en los últimos años un éxito inesperado ha sido Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez, uno de los actores más importantes de nuestro teatro del siglo XX.

LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1970 HASTA HOY

En 1970, el crítico José María Castellet publicó una antología en la que recogía a nueve poetas novísimos. Entre ellos, se encuentran Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer y Guillermo Carnero. Son poetas influidos por los medios de comunicación de masas, con una gran formación cultural, admiradores de los mejores poetas europeos. Cultivan una poesía experimental, alejada del realismo, con un gran cuidado del lenguaje. Al mismo tiempo comienzan también a publicar por estos años otros poetas importantes que seguirán después trayectorias diversas, como Antonio Colinas, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles, Andrés Trapiello y Luis Antonio de Villena. Con el tiempo, se volverán a valorar los sentimientos y la voz personal del poeta: en el caso de Antonio Colinas, uno de los mejores poetas de estos últimos años, la poesía adquiere acentos religiosos, de una hondura muy parecida a la que se advierte en el lenguaje místico; Eloy Sánchez Rosillo, otro de los autores más destacados, cultiva temas universales como el paso del tiempo, el deseo de apresar la belleza efímera de la vida, la búsqueda de la verdad última que se oculta tras la apariencia de las cosas, etc. Muchas veces sus poemas tienen un tono elegíaco, propiciado por el sentimiento de pérdida o de derrota que se predomina en ellos.

En los años 80, no dejan de aparecer nuevos poetas, en los cuales se perciben rasgos nuevos que los alejan del experimentalismo y de los excesos culturalistas anteriores. Entre ellos, sobresale el granadino Luis García Montero, representante de lo que se conoció como poesía de la experiencia, heredera de la tendencia iniciada por Gil de Biedma y Ángel González: se trata de una poesía de lo cotidiano, muchas veces ambientada en calles o en lugares muy reconocibles, con un lenguaje que es también reflejo del que se usa a diario pero que no está exento de ritmo ni de grandes aciertos expresivos, una poesía que muchas veces tiene un tono reflexivo o un carácter incluso narrativo. Uno de los temas más cultivados por Luis García Montero es el amor, un amor que se sitúa en unas coordenadas concretas, desde las cuales el poeta toma conciencia del mundo que lo rodea. Otro tema por él muy tratado es la política, el compromiso social con su tiempo. En su poesía tienen mucha importancia los recuerdos, la evocación de un pasado que a él le parece muy significativo. También son muy características de su estilo las imágenes, en muchas ocasiones de carácter surrealista. En general, se trata de un poeta muy intuitivo.
Además de García Montero, destacan otros poetas de una línea muy parecida, como Luis Alberto de Cuenca, Miguel d´Ors, Felipe Benítez Reyes y Carlos Marzal.
La poesía ha seguido siendo un género minoritario en estos últimos años, sobre todo si se la compara con el respaldo que ha contado la narrativa. Las publicaciones de poesía han sido siempre mucho más reducidas; en este sentido, cabe destacar el esfuerzo realizado por algunas editoriales, como Hiperión, Tusquets, Visor y Renacimiento; sin ellas, posiblemente muchos poetas no serían conocidos.

El panorama de estas últimas décadas es muy variado y presenta importantes sorpresas. Se ha cultivado desde una poesía que vuelve a un cierto clasicismo hasta una poesía neosurrealista. Entre otras características, se pueden observar las siguientes: influencia de distintas tradiciones literarias, disminución de la presencia del yo poético, cierta inclinación al nihilismo o a la exaltación vital, preocupación por los temas y signos de nuestro tiempo (extraídos del cine, la publicidad, el deporte, la política…), renovación del lenguaje y del estilo de los poemas. Álvaro Valverde, Luisa Castro, Vicente Gallego o Benjamín Prado son algunos de los poetas que más han destacado en este amplio panorama.
No hay que olvidar, por último, la obra de los autores pertenecientes a las generaciones anteriores, que han continuado publicando en ocasiones libros muy interesantes. Uno de ellos, Cuaderno de Nueva York de José Hierro, constituyó todo un acontecimiento. También han publicado excelentes obras posteriores Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald y Jaime Siles, entre otros.


EL CUENTO Y LA NOVELA HISPANOAMERICANOS EN LA 2ª MITAD DEL SIGLO XX


En la narrativa hispanoamericana del siglo XX se cultivan con igual importancia el cuento y la novela. Al contrario de otras literaturas, en Hispanoamérica el cuento ha alcanzado un gran desarrollo, debido sobre todo al interés que ha suscitado entre los lectores. Casi todos los narradores hispanoamericanos han escrito también cuentos, como son los casos de Cortázar, García Márquez, Juan Carlos Onetti o Arturo Roa Bastos, por citar algunos ejemplos. Otros autores incluso se han dedicado exclusivamente a este género, como Jorge Luis Borges, Julio Ramón Ribeyro o Augusto Monterroso. Por sus grandes dotes narradoras y por su desbordante imaginación, muchos de ellos se han convertido en auténticos maestros del relato breve. En él se pueden encontrar los mismos temas y preocupaciones que se hallan en las grandes narraciones, los mismos ambientes que suelen aparecer en ellas. La diferencia reside en el tratamiento, en el modo de enfocar esas realidades.
La narrativa hispanoamericana del siglo XX puede ser dividida en tres etapas o tendencias: el relato realista del primer tercio del siglo, la etapa renovadora de los años 40 y 50 y el boom de los narradores hispanoamericanos que se dieron a conocer a partir de los sesenta.

El primer tercio del siglo XX se caracteriza, en efecto, por la continuación de la línea realista de la centuria anterior. Se pueden distinguir a su vez dentro de esta tendencia tres grupos de obras:

a) Las novelas regionalistas o de la tierra, en las que el tema central es la naturaleza, una naturaleza que se impone al hombre por su inmensidad, llena de selvas, ríos, cordilleras y pampas. Destacan José Eustasio Rivera, autor de La vorágine, sobre la selva amazónica; Rómulo Gallegos, con Doña Bárbara, símbolo de la barbarie, y Ricardo Güiraldes, con Don Segundo Sombra, novela de la pampa y el gaucho.
b) Las novelas de carácter social, que recogen las protestas por las desigualdades sociales y por la situación de los indios, como es el caso del peruano Ciro Alegría, autor de El mundo es ancho y ajeno, una de sus principales obras.
c) Novelas sobre la revolución mexicana, entre las que sobresale Los de debajo de Mariano Azuela.

En los años 40 y 50 aparecen preocupaciones existenciales en la literatura hispanoamericana, al tiempo que irrumpe también lo que se conoció como “realismo mágico”. Con esta última corriente se abre un mundo novelesco en el que lo real y lo fantástico se muestran íntimamente unidos por medio de un tratamiento mítico y alegórico de ambientes, personajes y acciones. Es algo que de alguna manera existía en la propia cultura americana. Alejo Carpentier decía que la historia de América es toda ella una crónica de lo real maravilloso; la misma virginidad del paisaje, los fecundos mestizajes que en ella se llevaron a cabo, el estallido de sus revoluciones, enriquecieron esa presencia de lo real maravilloso. Las gentes de América mantenían la fe en los relatos fantásticos, en los poderes de la magia. Las raíces de ese realismo mágico se pueden apreciar en escritores como el mismo Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias y Juan Rulfo.
En estos años se produjo, además, una profunda renovación de las técnicas y del estilo de la novela, en la que se llegaron a alcanzar grandes aciertos expresivos.
Uno de los autores más importantes fue, sin duda, el argentino Jorge Luis Borges. Aunque no escribió ninguna novela, ocupa un lugar preeminente en la narrativa en lengua española. Ante todo, hay que destacar su vasta cultura y su inagotable imaginación. Dominaba, además, a la perfección la lengua inglesa y tenía unos amplísimos conocimientos acerca de diversas culturas, de las que extrae continuos argumentos para sus obras. Cultivó el relato breve, el ensayo y la poesía.
Sus cuentos poseen un innegable atractivo. Están escritos de una forma admirable y contienen innumerables significados simbólicos. La escalera, el laberinto o el espejo son algunos de estos símbolos. Junto al interés por la realidad y la mitología de su país, destacan en él algunos temas, como la memoria, el mundo de los sueños, el destino o la eternidad. A veces llega a resultados sorprendentes. Entre los títulos más celebrados, sobresalen El aleph, Ficciones, El libro de arena e Historia universal de la infamia.
Otro autor muy interesante fue el cubano Alejo Carpentier, de un estilo que se ha calificado como barroco, de una gran riqueza expresiva. Una de sus características más destacadas es la presencia de la naturaleza americana, sobre todo la del Caribe. La consagración de la primavera y El siglo de las luces son algunas de sus obras más celebradas.
Miguel Ángel Asturias, de Guatemala, fue galardonado con el Premio Nobel. Su novela El señor presidente retrata de un modo genérico a un dictador hispanoamericano, un asunto éste que habrá de repetirse de distintas formas en muchos otros escritores de Hispanoamérica.
Juan Rulfo, de Jalisco (México), es tal vez quien inaugura de alguna manera el realismo mágico. Su obra es muy breve: consta tan sólo de un conjunto de relatos, El llano en llamas, y de una novela no muy larga, Pedro Páramo. En el primer volumen nos presenta la trágica vida del mundo campesino. En el segundo, expone los resultados de la revolución por medio de la alegoría de un pueblo llamado Comala (“cosa mala”, como la revolución). Juan Preciado llega a Comala en busca de su padre, Pedro Páramo, de quien descubre que era el cacique del pueblo. Pero lo que realmente va a comprender es que los habitantes de Comala están muertos, son ánimas que pueblan ese valle de la muerte en el que se ha adentrado. Es una novela que aporta además grandes novedades, como la mezcla del lenguaje culto con el popular, presente este último en innumerables vocablos y expresiones tomados del habla mexicana.

A partir de los años sesenta se produjo lo que se conoció como boom de la narrativa hispanoamericana, que coincidió con la notoriedad y el prestigio que alcanzaron muchos de sus componentes en la literatura mundial. Sería imposible hacer una breve reseña de todos los autores. Algunos de los más destacados serían los siguientes:

Julio Cortázar, argentino, es autor de innumerables relatos y de varias novelas. Influido por Borges, se mostró también como un gran maestro en el arte del cuento: su enorme talento narrativo dotó a sus creaciones de una magia especial y de sorprendentes juegos de ingenio. Como novelista, destaca por Rayuela, publicada en 1963, novela que se presenta como un rompecabezas y que admite más de una lectura; en ella hace alarde Cortázar de novedosas técnicas narrativas, con las cuales trata de mostrarnos el absurdo de la realidad que percibimos y la angustia del hombre que no acaba de encontrar lo que busca en ese mundo caótico en que vive.

Gabriel García Márquez, colombiano, es quizá el escritor más importante de la literatura hispanoamericana, como así se le reconoció con la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1982. Cultivó también el cuento y la novela. Aunque compuso varios volúmenes de relatos, son sin duda sus novelas las que le han dado más fama. Una de ellas, Cien años de soledad (1967), es mundialmente conocida. En ella se nos presenta la historia de siete generaciones. Macondo, pueblo mítico situado fuera del tiempo y del espacio, es el lugar en el que viven los personajes de la novela, todos ellos marcados por un destino común. El autor crea en esta obra un universo novelesco en el que se mezclan diversos aspectos de la realidad americana, como las guerras, la naturaleza salvaje, las supersticiones, las hechicerías, los milagros, etc.
Otras obras de este autor son El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada y El amor en los tiempos del cólera.

Vargas Llosa, peruano, galardonado también con el Premio Nobel, se dio a conocer en los años sesenta con La ciudad y los perros, obra que le dio un reconocimiento internacional. Es, ante todo, un hábil constructor de historias, con un estilo muy ágil y dinámico, en el que también da entrada a innovaciones técnicas. En sus novelas destacan el autobiografismo y el intento de convertir la realidad en materia poética. Una de sus obras más ambiciosas es La guerra del fin del mundo, en la cual relata la rebelión que protagonizó un grupo de iluminados en un lugar muy apartado de la geografía brasileña.

Carlos Fuentes, mexicano, es también un novelista dotado de un gran talento. Se dio a conocer con obras muy innovadoras, como La muerte de Artemio Cruz. Una de sus novelas más importantes es sin duda Terra nostra, en la que hace una prodigiosa recreación de algunos de los mitos y de los personajes más relevantes de la historia de España y de México.

Ernesto Sábato, argentino, escribió una obra muy notable en los años cuarenta, El túnel, una especie de metáfora de la realidad humana. Su obra más significativa es Sobre héroes y tumbas, en la que presenta una historia marcada por la desgracia y el pesimismo, una historia que a pesar de todo parece que concluye con una última invitación a la esperanza.

Juan Carlos Onetti es otro escritor de reconocido prestigio. Sus cuentos han sido muy valorados. Una de sus obras más recordadas es El astillero, ambientada en un lugar más bien imaginario que reaparecerá también en muchos otros relatos.
Augusto Roa Bastos, paraguayo, es autor de numerosos cuentos, situados a menudo en la propia geografía americana. Su novela Yo, el Supremo cuenta también la historia de un dictador hispanoamericano.
Adolfo Bioy Casares, argentino, es como Borges uno de los grandes maestros del relato. Su capacidad de invención es también admirable.
Isabel Allende, chilena, es autora de una obra que alcanzó un notable éxito, La casa de los espíritus, en la cual nos presenta muchos elementos tomados del realismo mágico. Laura Esquivel, en Como agua para el chocolate, nos ofrece también una realidad que es transformada de continuo por la magia.
Otros autores muy destacados son también Álvaro Mutis, Mújica Laínez, Alfredo Bryce Echenique, Jorge Edwards, Luis Sepúlveda, Roberto Bolaño, etc.

LOS GÉNEROS LITERARIOS
Los géneros literarios son formas de agrupar las obras literarias por sus características principales. Tradicionalmente se han distinguido tres grandes géneros: la Épica, la Dramática y la Lírica.
En el primero de ellos, la finalidad principal es la narración de una historia. Dentro de él, se diferencian distintas modalidades según la extensión y el carácter del relato; las dos más importantes son el cuento y la novela.
La novela es un género relativamente moderno, a diferencia de la poesía o del teatro. Antes de su nacimiento como tal, existían diferentes tipos de historias y de crónicas, como los libros de caballerías, los libros pastoriles o los libros de aventuras.
En realidad, fue Cervantes quien introdujo el género, tal como se empleaba en la literatura italiana, a modo de relato o de novella corta. Poco después sería él mismo también quien dio forma por primera vez a la novela como género moderno, si bien hay que reconocer que había tenido un precedente inmediato en el Lazarillo.
En el Quijote ya aparecían dos rasgos esenciales que definen al género: el acercamiento a una realidad humana y la evolución psicológica de los personajes a lo largo de la historia. Sobre la formación de la novela moderna decía Ernesto Sábato, escritor argentino, lo siguiente: “Europa inyectó en el relato legendario o en la simple aventura épica la inquietud psicológica y metafísica, para producir un género nuevo que tendría como destino la revelación de un territorio fantástico: la conciencia del hombre”.
Aunque siempre ha existido una literatura fantástica, proclive a recrear mundos imaginarios, la novela se ha presentado con frecuencia como un género de signo más bien realista, en el cual se pueden apreciar distintos grados, desde un reflejo fiel de la realidad hasta una mezcla de ésta con elementos ficticios, tal como sucede, por ejemplo, en el realismo mágico.
En la concepción de la novela son fundamentales determinados componentes básicos. Al ser una narración, es esencial la presencia de un narrador, el cual puede ocupar distintas posiciones para contar la historia, como es la del autor omnisciente, que ha sido la más utilizada hasta el siglo XX.
Otro componente necesario lo constituyen también los personajes, entre los cuales se distinguen diferentes clases, desde los que ocupan un puesto prioritario hasta aquellos que se pueden considerar secundarios. A veces estos personajes representan tipos característicos de un ambiente concreto que el autor quiere reproducir a través de ellos.
Ligado a los personajes, se encuentra la técnica del diálogo como una forma de caracterizarlos. Hay, efectivamente, novelas en las que los diálogos son fundamentales, como de hecho ocurre también en el mismo Quijote con el incesante intercambio de pareceres entre don Quijote y Sancho. El diálogo coincide con lo que se conoce como estilo directo; junto a él, también existe el llamado estilo indirecto, que el autor utiliza para contar lo que los personajes han hablado. Más tarde, surgirán técnicas nuevas, como serán el estilo indirecto libre y el monólogo interior, que tendrán un papel muy destacado a partir de la novela realista del siglo XIX.
No sólo se da la descripción de personajes o de ambientes, sino también la de lugares, muy desarrollada asimismo en las novelas del XIX.
Desde comienzos del siglo XX, igual que ocurre en otros géneros, se van a producir muchos cambios en estos componentes de la novela, cambios que incluso afectarán al modo de concebirla o de organizarla. Así, en la llamada nivola de Unamuno se pueden observar ya algunas novedades importantes, como es la intención del autor de conceder una mayor relevancia al diálogo, prescindiendo de la descripción y quedándose sólo con un escueto relato; lo que verdaderamente le interesaba era que la novela fuera portadora de sus propias ideas existenciales.
Junto a Unamuno, hay que destacar también la novela de carácter impresionista y todas las aportaciones que realizarán en la narrativa los grandes maestros contemporáneos, como fueron Kafka, Marcel Proust, Faulkner y Joyce, entre otros.
Además de la novela, el otro gran género narrativo es el cuento, el cual por su propia naturaleza tiende a ser más imaginativo. Aunque se trata de un género muy antiguo, el cuento literario es también muy reciente: surge en el siglo XIX, cuando importantes autores empiezan a cultivarlo. Al ser breve, dos de sus características principales son la esencialidad y la intensidad; ha de tener su propio clima, que atrape al lector desde el principio. Más tarde, a lo largo del siglo XX, conocerá un gran desarrollo, sobre todo en la literatura hispanoamericana, donde contará con grandes creadores y con mayor número de lectores interesados por las peculiaridades de este género

EL GÉNERO LÍRICO
El género lírico tiene su origen en el folclore, en las canciones que se cantaban en los pueblos desde antiguo. Desde el principio, se perfilan ya dos de sus características principales: la expresión de unos sentimientos o unas emociones personales y su manifestación en forma de ritmo.
En la poesía lírica, la función poética del lenguaje es más acusada o decisiva que en otro tipo de géneros: se advierte en el mayor número de figuras retóricas empleadas; se intenta con ellas transmitir esos sentimientos de una forma original y sorprendente. También son muy abundantes los recursos expresivos, como exclamaciones, interrogaciones, preguntas retóricas, apóstrofes, etc.
Tradicionalmente se ha utilizado el verso como vehículo más apropiado para la poesía lírica, ya que en ella es esencial el ritmo, conseguido con el sometimiento del lenguaje a unos determinados esquemas métricos. Entre los versos más empleados en la poesía española, destacan el heptasílabo y el octosílabo entre los de arte menor y el endecasílabo y el alejandrino entre los de arte mayor y compuestos. Como formas estróficas o poemáticas más utilizadas, sobresalen, entre otras, el romance (serie ilimitada de versos octosílabos con rima asonante sólo en los pares), el soneto (poema compuesto de dos cuartetos y dos tercetos encadenados) y la silva (composición de versos heptasílabos y endecasílabos con rima consonante o asonante que admite distintas distribuciones).
Aunque han existido subgéneros muy definidos como la oda, la elegía o la égloga, lo que ha predominado más bien después ha sido la variedad.
A partir del Romanticismo, este género conoció un gran empuje debido a la emotividad y a la profusión de notas subjetivas que caracterizaban a este movimiento.
En el siglo XX, aparecerán nuevas formas para la expresión poética, cuando surge un nuevo concepto del ritmo poético, entendido a partir de ahora como la especial ordenación de todos los elementos lingüísticos del poema, como los acentos, la entonación, las pausas, el orden de las palabras o de las oraciones, etc. Será el contenido del poema o los sentimientos expresados en él los que determinen el ritmo, de modo que se puede decir que cada poema tendrá su propio ritmo. Surgirán así el poema en versos libres, el poema en prosa y la prosa poética, de una gran importancia en la evolución posterior de la poesía contemporánea.

EL GÉNERO DRAMÁTICO
Su característica fundamental es la plasmación de un conflicto humano a través de unos personajes que lo encarnan y lo representan normalmente ante unos espectadores, porque el destino habitual de cualquier obra de teatro es ser representada en un escenario.
La parte principal de este género la constituyen los diálogos que esos personajes mantienen entre sí, acompañados de las acotaciones necesarias en las que se especifican los lugares, los gestos y las acciones con los que se completa la representación.
Como ha ocurrido con frecuencia en muchas manifestaciones culturales, el teatro tuvo un origen religioso, ligado a ritos o a fiestas comunitarias con los que se daba culto a alguna divinidad. En el caso del teatro medieval español, su comienzo estuvo ligado a las principales celebraciones litúrgicas de la Cristiandad, llevadas a cabo en muchas ocasiones en el interior de los templos.
Dentro de este género, se distinguen a su vez tres subgéneros: la tragedia, la comedia y el drama.
En la tragedia, los personajes suelen ser nobles o de un rango importante y están marcados por un destino trágico del que no pueden escapar. Se cultivó principalmente en la literatura clásica; uno de sus más destacados representantes fue el dramaturgo griego Sófocles.
En la comedia, por el contrario, el fin de la obra es hacer reír al espectador. Aparecen otro tipo de personajes, muchas veces de carácter popular. En la mayoría de las obras, se aprovecha lo cómico para criticar o para poner en evidencia determinados vicios o costumbres de la sociedad. En España, la comedia ha conocido muchas variantes a lo largo de la historia, según la clase de humor que se haya practicado. En muchos casos son las preferencias del público las que condicionan la labor de los autores.
En el drama, suelen convivir personajes trágicos y cómicos. En él, también aparece un destino trágico que condiciona el final de la obra. En la literatura española, se dio a veces a este subgénero el nombre de tragicomedia, de la que puede ser un buen ejemplo La Celestina de Fernando de Rojas. El drama tuvo un gran auge en el Romanticismo, en el que se cultivó con unas características peculiares, propias de este movimiento. Más tarde, ya en pleno siglo XX, será García Lorca quien cultivará un tipo de drama muy característico, con personajes que estarán marcados por el enfrentamiento con una realidad muy dura que los someterá y los conducirá a la tragedia final.
Junto a estos grandes subgéneros, se han cultivado también otros de menor importancia, como los autos sacramentales (de especial relevancia en nuestro teatro barroco), los entremeses, los sainetes, etc.

EL PERIODISMO: PRINCIPALES SUBGÉNEROS PERIODÍSTICOS.

Orígenes. Aunque ya en los siglos XVII y XVIII existieron publicaciones periódicas en forma de gacetas y de diarios, la consolidación de la prensa no se produjo hasta el siglo XIX, impulsada por los avances tecnológicos, la ampliación y agilización de las comunicaciones, la utilización del ferrocarril y la reducción del analfabetismo. En esta época se dio una estrecha relación entre la literatura y la prensa, especialmente a través de un género característico de la 1ª mitad del siglo, el artículo de costumbres, cultivado por Mariano José de Larra entre otros. En la 2ª mitad muchos autores publicaron sus obras en este medio: los géneros de más éxito fueron el folletín y la novela por entregas.
En el siglo XX, la prensa se convertirá en un medio de comunicación de masas. El periódico pasará a ser una empresa económica de un inmenso poder e influencia, como se demuestra con los grupos de comunicación que se han creado. Junto al periódico tradicional, también ha surgido en los últimos años el periódico digital, de una gran trascendencia.

Subgéneros periodísticos. Se distinguen tres géneros periodísticos, según la finalidad y el carácter que los presiden: los informativos, los de opinión y los híbridos.

Los subgéneros informativos son tres: la noticia, el reportaje y la entrevista.

La noticia. Es el subgénero más básico y característico del periodismo. Consiste en el relato de un hecho real que ha ocurrido recientemente y que suscita el interés general. El periodista debe contar lo sucedido de manera objetiva, sin opinar sobre ello. La noticia ha de ser breve y concisa, centrada en los datos más importantes, tratando de responder a las preguntas ¿quién?, ¿qué?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿cómo? y ¿por qué?
La noticia presenta una estructura muy definida: titular, entrada o entradilla y cuerpo de la noticia.
El titular es una especie de enunciado de la noticia que se destaca con una letra negrita de mayor tamaño; debe ser breve y atractivo y a veces va acompañado de un subtítulo o sumario.
La entrada o entradilla es un resumen de lo más significativo de la noticia; suele ir destacada también con otro tipo de letra, en negrita o en cursiva.
El cuerpo de la noticia está constituido por los párrafos en los que se ofrece la información completa de lo ocurrido. Se aportan primero los datos más importantes para dejar para el final detalles más prescindibles, de modo que el interés informativo se organiza en forma de pirámide invertida.

El reportaje. Es una noticia ampliada sobre hechos de interés general, lo que permite un estilo más personal. Es el producto de una investigación más detenida. Puede ser el reportaje de interés humano, de interés social o de opiniones, en el que varias personas opinan sobre un hecho concreto.

La entrevista. Suele comenzar con una presentación del entrevistado, seguida de una relación de preguntas y respuestas. Puede ser de varias clases: entrevista de declaraciones, que se realiza a un personaje sobre un tema determinado; entrevista de personalidad, en la que se intenta traslucir la personalidad del entrevistado y que suele ir acompañada de fotografías, y entrevista con fórmulas establecidas, en forma de test.

Los subgéneros de opinión son también tres: editorial, artículo de fondo o de opinión y crítica.

El editorial. Se publica en una página destacada; aparece sin firma, refleja la línea ideológica del periódico; es responsabilidad del director o del consejo de redacción. Se refiere siempre a un tema de actualidad.

El artículo de fondo o de opinión. Un autor expone de forma subjetiva su opinión acerca de cuestiones culturales, religiosas, políticas, etc. El artículo de opinión puede presentarse por lo general bajo las siguientes formas:
• Columna: Suele presentar la forma de una columna; es un comentario firmado, normalmente breve, que aparece en un lugar determinado del periódico.
• Tribuna libre: Expresa la opinión de un especialista sobre diversos campos.
• Comentario: Trata temas de política nacional o internacional y se inserta en la sección correspondiente a estas cuestiones.
• Artículo-ensayo: Es una reflexión argumentada sobre temas relacionados con las humanidades, las ciencias o algunas situaciones políticas o sociales, con citas de autoridad y con abundantes referencias históricas y culturales.

Los artículos combinan a menudo la exposición y la argumentación. En los últimos tiempos, sin embargo, se han empleado también textos narrativos, algunos con un carácter muy literario.

La crítica, por su parte, es un texto en el que se analiza y enjuicia una obra artística o cultural, como una película, una exposición, una representación teatral, un libro, etc.

Los subgéneros híbridos son aquellos que mezclan información y opinión. Entre ellos, los más importantes son la crónica, el reportaje interpretativo y la entrevista que incluye los comentarios del periodista acerca de la persona entrevistada.

La crónica es también una noticia ampliada, en la cual se incorpora una valoración o interpretación personal de los hechos. En la crónica se emplean a menudo recursos propios de la literatura. Hay muchas clases de crónicas, dependiendo de los temas que traten: locales, deportivas, taurinas, parlamentarias, de sociedad…

El reportaje interpretativo se diferencia del informativo en la valoración o interpretación que hace el reportero de los hechos sobre los que informa.

El lenguaje periodístico. El lenguaje periodístico es una mezcla de registros y recursos procedentes de diversos campos. Sin embargo, la rapidez con que se elaboran las noticias y las traducciones de informaciones extranjeras es causa de errores y descuidos que, debido a la influencia de los medios de comunicación, pasan con frecuencia al lenguaje común.

El lenguaje de los titulares. Un buen titular debe condensar en pocas palabras lo esencial del texto que le acompaña. Pueden ser los titulares objetivos, si son fieles a la noticia, o subjetivos, si destacan aspectos parciales o reflejan la opinión del redactor. Por la economía lingüística que los rige, es frecuente que se omitan verbos, dando lugar a estructuras nominales; también se recurre a veces a frases proverbiales o literarias, con ligeras modificaciones.

La lengua en el periodismo. Debe emplearse la lengua de un modo claro, correcto y sencillo. Estas características varían en función del subgénero o del contenido; así, en un artículo de opinión o en una crónica se permite un estilo más variado; de hecho, no es raro encontrar artículos que son auténticas piezas literarias. Algunas secciones (como las de economía, ciencia, etc.) incluyen asimismo un tipo de lenguaje especializado que no siempre es comprensible para el lector común.
Se utilizan a menudo recursos o figuras del lenguaje literario, como metáforas, hipérboles, metonimias, paronomasias…
Otras veces se recurre a expresiones del lenguaje coloquial, cuyo abuso es censurable. El lenguaje administrativo y político también suministra vocablos, como palabras derivadas, perífrasis, rodeos, eufemismos, etc.
Una característica muy destacada es sin duda el frecuente uso de extranjerismos, muchos de ellos anglicismos: marketing, catering, prime time, top model, derby…
Como se ha apuntado antes, se cometen con frecuencia errores o se cae en determinados vicios, debido a la inmediatez con que se redacta o se traduce, como la sustitución de preposiciones por giros prepositivos que no son propios de nuestro idioma (a nivel de, en base a…), el uso de extranjerismos innecesarios, de neologismos de diverso tipo, de siglas, frases hechas, tópicos, etc.

La publicidad. Un espacio muy importante de los periódicos y de los medios de comunicación lo ocupa la publicidad, debido entre otras razones al predominio que en el mundo contemporáneo ejerce la continúa oferta de productos de diverso tipo. En la publicidad se suelen distinguir dos componentes: el texto y la imagen o icono. El texto suele llevar un eslogan, una frase corta con la que se intenta atraer al receptor; para conseguirlo, el lenguaje publicitario utiliza distintos recursos, entre los que destacan sin duda las figuras retóricas que se emplean a menudo en la lengua literaria, como paronomasias, anagramas, equívocos, juegos de palabras, metáforas, metonimias, etc. En algunas ocasiones, el eslogan va acompañado de un texto más largo en el que se exponen de una forma más detallada las características del producto.
La imagen, por otro lado, es fundamental; consiste a menudo en una fotografía que llama la atención por su valor artístico o por su originalidad. Los dos componentes del mensaje publicitario, texto e icono, están íntimamente relacionados, ya que lo que se pretende ante todo con ellos es persuadir a los receptores para se animen a valorar o a adquirir el objeto de la publicidad.
Hay que tener en cuenta, finalmente, que la publicidad es hoy día una de las fuentes principales de ingresos con las que se sostienen los medios de comunicación.




EL PERIODISMO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX

Introducción. Como vimos, el periodismo español alcanzó un gran desarrollo en el siglo XIX: una buena parte de la literatura se publicó en la prensa; el artículo de opinión se fue perfilando como uno de los subgéneros más importantes del periodismo gracias a la labor de grandes escritores, como Mariano José de Larra, al que se le considera como un maestro de este tipo de textos y al que se le habrá de tener siempre como punto de referencia.

Primer tercio del siglo XX. En el siglo XX, los periódicos se convirtieron en uno de los principales vehículos para la expresión del pensamiento y de la cultura, como ya se comprueba en el primer tercio de esta centuria. En sus páginas se difundirán y analizarán los acontecimientos que mayor influencia van a tener en la sociedad contemporánea.
Durante estos primeros años los periódicos de mayor difusión que había en España eran los siguientes: La Vanguardia (editado en Cataluña), ABC (fundado por Torcuato Luca de Tena en 1903, de ideología monárquica y conservadora), El Debate (de inspiración católica), El Sol (impulsado por Ortega y Gasset, con una voluntad renovadora), La Nación (referente de la derecha), El Socialista, Tierra y Libertad y Mundo Obrero (estos tres últimos, ligados a los partidos de izquierdas). Son todos periódicos que al principio no alcanzaron las tiradas de otras publicaciones europeas; sin embargo, a partir de 1910 empezaron a convertirse en medios más poderosos, con un lenguaje más ágil y con un léxico y un estilo muy modernos; cada vez incluirán más secciones y elementos nuevos, como fotografías, suplementos dedicados a la economía, los espectáculos, el deporte, etc. Junto a esta prensa diaria, se desarrolló otra semanal no menos interesante, como fue el caso de las revistas ilustradas, en las que colaboraron también autores de gran talla: uno de los ejemplos más notables lo constituye el semanario Blanco y Negro, que alcanzaría un enorme éxito.
No hay que olvidar que gran parte de las ideas y de los pensamientos de los escritores del 98 se difundieron en los diarios de la época. Unamuno, mentor de la generación, utilizó a menudo el artículo como el medio más adecuado para la expresión y la comunicación de sus ideas, como así se demuestra con la recopilación posterior de todos sus artículos en forma de libros. Azorín fue otro escritor del 98 que ejerció el periodismo: en un artículo muy famoso de 1913 daba nombre a la generación a la que él pertenecía; en otro, también muy conocido, hablaba del nacimiento de un nuevo grupo de intelectuales, al que se bautizó como generación del 14 o Novecentismo. Ramiro de Maeztu, contemporáneo de estos mismos escritores, fue también un excelente articulista.
Más tarde, en la aludida generación del 14, muchos de sus miembros se valieron del artículo periodístico como vehículo apropiado para la plasmación de sus cualidades intelectuales y artísticas. Ortega y Gasset es sin duda el ejemplo más preclaro; fue, además, el fundador y director de la Revista de Occidente, que tanta importancia que tendrá en los años venideros. Junto a él, hay que destacar también a Eugenio d´Ors, Gómez de la Serna, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala. Este último, por ejemplo, continuaría utilizando el artículo durante mucho tiempo.
Muchos poetas del 27 colaboraron en periódicos y en revistas de su época; destacan, sobre todo, sus artículos de crítica literaria. Un autor muy cercano a ellos fue César González Ruano, al cual se le considera como un maestro del periodismo contemporáneo; cultivó todos los géneros literarios, pero destacó sobre todo como periodista: escribió excelentes artículos y realizó un gran número de entrevistas a las personalidades más relevantes de la actualidad española e internacional.
En la generación inmediatamente posterior a la del 27, sobresale Francisco Ayala, un excelente ensayista que publicó con bastante asiduidad artículos en los que expresaba sus pensamientos acerca de los temas que más llamaban su atención, todos ellos de un gran interés humano.

Los periódicos españoles durante la Guerra Civil. Tanto en la zona republicana como en la nacional, se instituyeron organismos oficiales dedicados exclusivamente a la propaganda. En la zona geográfica ocupada por cada bando sólo podían editarse periódicos adictos. El caso más curioso lo protagonizó ABC, cuya edición en Sevilla continuó respondiendo a una ideología tradicional, apoyando al bando de los sublevados, mientras que las instalaciones de Madrid fueron expropiadas y se editaba con la misma cabecera, pero al servicio de la causa republicana.
En las trincheras de los sublevados se difundía un periódico satírico, La Ametralladora, en el que colaboraban humoristas de la talla de Miguel Mihura y Álvaro de la Iglesia, que luego continuarían el género con La Codorniz. En la zona roja se difundía, a su vez, El mono azul, en el que colaboraron algunos poetas del 27.

Los periódicos españoles durante el franquismo. En esta época, se produjo un gran control por parte del Estado de los medios de comunicación, al tiempo que en otros países democráticos triunfaba la libertad de expresión. Algunos de los periódicos más importantes durante el franquismo fueron los siguientes: Arriba (considerado como el órgano del Movimiento Nacional), El Alcázar (de extrema derecha), Diario Ya (católico), Pueblo (próximo al sindicato vertical y cercano después a sectores de la izquierda), ABC (dentro de la misma línea conservadora y monárquica, dirigido ahora por Luis María Ansón, que llegará a ser miembro de la Real Academia de la Lengua), Cambio 16 ( de orientación liberal, se convirtió en el periódico más progresista de España en los últimos años del franquismo).
Además, habría que destacar también la meritoria labor de otros periódicos provincianos, como El Norte de Castilla, dirigido por Miguel Delibes, en el cual colaboraron entre otros José Jiménez Lozano y Francisco Umbral, dos de los más ilustres periodistas españoles de la segunda mitad del siglo XX.
En 1966, Manuel Fraga, ministro de Información, impulsó una nueva ley de prensa, que abolió la censura previa. Sin embargo, esta liberalización fue sólo relativa, pues nunca dejó de existir un cierto control estatal, como así demuestran las prohibiciones y los secuestros de informaciones que se llevarían a cabo en los años siguientes.
Aparecieron en esta época publicaciones de otra clase, como las dedicadas a un público infantil o las que dieron en conocerse como prensa del corazón.
En 1970 se inició una crisis que dio entrada a la sociedad de información en la que estamos inmersos. El desarrollo de las nuevas tecnologías dio lugar a un claro predominio de las agencias y de las cadenas de televisión estadounidenses. Fueron surgiendo grandes grupos empresariales, como PRISA, Grupo Zeta, Vocento, etc.

La prensa en la transición. Con la transición, aparecieron periódicos nuevos que tendrán una influencia decisiva en la opinión pública, como El País, El Mundo, La Razón, etc. Casi todos ellos se presentaron con una clara orientación ideológica. Fueron, además, años en los que se dieron a conocer importantes periodistas. A los mencionados Jiménez Lozano y Francisco Umbral, se sumaron otros articulistas de gran valía, como Antonio Gala, García Márquez, Vargas Llosa, Fernando Savater, Jorge Edwards, etc. Muchos de ellos se convirtieron en excelentes columnistas, como son los casos de Jaime Capmany, Manuel Alcántara, Martín Prieto, Raúl del Pozo, etc.

La prensa digital. En los últimos años, se ha producido un nuevo fenómeno, paralelo al que se ha llevado a cabo en el mundo de la comunicación, como es la aparición de una prensa digital, que ocupará un lugar cada vez más significativo en la sociedad contemporánea. Si el periodismo se ha distinguido siempre por la inmediatez y la resolución, con esta prensa digital se vienen a confirmar con una mayor claridad estas características. La influencia que podrán alcanzar estos medios es impredecible.


EL ENSAYO

Definición. Es un género moderno que ha surgido como vehículo del pensamiento. El término ensayo fue, de hecho, utilizado por primera vez por el francés Michel de Montaigne a finales del siglo XVI; en España no se generalizó el concepto actual hasta el siglo XIX. El ensayo se escribe en prosa, es de extensión variable y puede versar sobre distintos temas, con un carácter claramente reflexivo.
Los temas, por tanto, pueden ser muy variados: filosóficos, históricos, científicos, literarios, religiosos… El ensayo admite, quizá por esta misma diversidad temática, diferentes formas y estilos. Se trata de un género que ha estado muy ligado a la literatura y, en los últimos tiempos, también al periodismo.

Características. A pesar de esta variedad, los textos ensayísticos suelen reunir unas características comunes, como son las siguientes:

• Modalidades textuales. Se utilizan fundamentalmente la exposición y la argumentación; la argumentación es imprescindible para justificar las opiniones o las ideas que se presentan en los textos; los argumentos pueden ser razones verosímiles o probables, ejemplos significativos, experiencias personales o citas de autores.
• Finalidad. El fin principal del autor del ensayo es persuadir al lector, no sólo de las ideas que se exponen, sino también de lo bien argumentadas que están; por ello, se trata de textos que a menudo tienen un carácter dialógico, ya que se dirigen a un receptor (explícito o implícito).
• Rasgos gramaticales. Debido a ese mismo carácter dialógico, se suelen utilizar vocativos para interpelar al lector, formas verbales y pronominales de segunda persona, oraciones pertenecientes a las modalidades interrogativa e imperativa; cuando el destinatario no aparece, se recurre a formas impersonales o a un sujeto múltiple, representado por el pronombre nosotros.
• Estructura. Los textos ensayísticos presentan con frecuencia una estructura abierta: los contenidos se organizan con cierta libertad y no existe un esquema rígido que determine el desarrollo del pensamiento del autor; son, además, habituales las digresiones, cuando el tema principal deriva hacia otros y se incluyen fragmentos de diversas formas y tipos, como narraciones, descripciones, ejemplos o citas.
• Estilo. El discurso ensayístico emplea la lengua estándar, con voluntad de claridad y corrección. Suele incluir voces y modismos coloquiales, neologismos, etimologías… Frente al discurso científico, prescinde de notas y de bibliografías sistematizadas, se utilizan pocos tecnicismos (se dirige a un público culto, pero no especializado) y predomina el vocabulario abstracto de tipo humanístico. La actitud estética del autor se manifiesta en el empleo de un lenguaje connotativo y de recursos expresivos; no son raras en los ensayos las metáforas ni cualesquiera otras figuras que puedan embellecer la lengua y reforzar al mismo tiempo el contenido. Muchos de nuestros mejores ensayistas del siglo XX son también grandísimos escritores, como le ocurre a Unamuno, Pérez de Ayala, Francisco Umbral o Fernando Savater, por citar algunos ejemplos.

El ensayo, pues, tiene un carácter subjetivo: se trata, ante todo, de una reflexión acerca de un determinado tema, estrechamente vinculado al contexto histórico y cultural en el que se genera. De ahí que la prosa ensayística del siglo XX esté quizá más ligada que otros géneros a los acontecimientos, procesos y movimientos ideológicos que marcaron esta época. Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se publicaron obras muy importantes en la historia del ensayismo español, tanto en lo que se refiere a los temas tratados como a los aspectos discursivos, que contribuyeron a establecer el modelo del ensayo moderno.

Orientaciones ensayísticas generales.
Los escritores del 98, inmersos en la crisis por la que pasaba España a finales del siglo XIX, orientaron sus textos ensayísticos hacia la realidad del país, tratando de desentrañar las claves que conformaban la identidad nacional, impresa en su cultura, sus gentes y su paisaje. Reflexionaron sobre los problemas de España y aportaron nuevas propuestas, en ocasiones basadas en el irracionalismo, con un estilo que en ellos venía a ser muy característico. Los dos ensayistas más destacados fueron Unamuno y Azorín.
Los escritores novecentistas, por su parte, también procuraron la reforma y la modernización del país, aunque desde presupuestos muy diferentes, entre los que destacó su tendencia europeizadora, muy ligada a la idea de la construcción de un Estado liberal moderno. Ortega y Gasset fue su principal representante.
El ensayo de los años cuarenta y cincuenta está marcado por la situación de posguerra. Fuera de España, hay que mencionar una vez más la labor ensayística de Francisco Ayala. Dentro, los autores de dividen entre los que están cerca de los valores del régimen y los que se desvinculan de la realidad de la época y se preocupan a veces de temas insustanciales.
En los años sesenta y setenta se difunden las corrientes de pensamiento procedentes de otros países. Se practica un ensayismo más crítico, muchas veces sobre temas históricos y políticos.
A partir de los ochenta decae el interés por la política y se produce un predominio de textos dedicados a reflexiones éticas y estéticas. Así, son muy notables los que analizan los cambios que se observan en la sociedad contemporánea. Hay también un acercamiento cada vez más acentuado a la literatura y una mayor indeterminación del género, que se mezcla con otros como las memorias, la biografía, el diario y el artículo periodístico.


EL ENSAYO ESPAÑOL EN EL SIGLO XX

El ensayo en el primer tercio del siglo XX.

Los escritores de finales del siglo XIX, como sabemos, sufrieron una crisis general de conciencia, derivada del declive del optimismo que había inspirado el racionalismo de la segunda mitad de aquella centuria. En España, esta crisis coincidió con la decadencia del sistema político de la Restauración, a la que se sumó otra crisis de valores ocasionada por el llamado “desastre del 98”. Estos autores españoles plantearon en sus escritos la reforma del país; más tarde, cuando se dieron cuenta de la inutilidad de sus proyectos, evolucionaron hacia posturas más conservadoras o más esteticistas: en sus ensayos, reflexionaron sobre España y buscaron la esencia nacional en sus paisajes, en su historia y en sus múltiples manifestaciones culturales. Creían que existía un carácter español, con una psicología específica; Castilla, que había sido el centro neurálgico de la historia de España, fue para ellos la tierra que mejor encarnaba ese carácter. Con estas reflexiones, que publicaron a menudo en la prensa, dieron cada vez más consistencia al género del ensayo. Los dos ensayistas más destacados de esta generación fueron Unamuno y Azorín.
Los dos temas que más preocuparon a Unamuno, como ya se apuntó en su lugar, fueron la fe y España. Debido a su contradictoria personalidad, siempre mantuvo un intenso debate entre fe y razón, entre su ansia de inmortalidad y su prurito razonador, aunque por los testimonios y por las pruebas que da parece que se inclinó por el lado de la religión, como así se manifiesta en muchos pasajes en que se deja arrebatar por un exaltado sentimiento religioso. Del sentimiento trágico de la vida y Agonía del cristianismo son dos ensayos en que reflexiona sobre este asunto.
En su libro En torno al casticismo expresaba su preocupación por el tema de España y desarrollaba el concepto de intrahistoria, que tanta importancia tendrá en la generación del 98.
En el estilo de Unamuno sobresalen, entre otros recursos, el uso frecuente de las etimologías, al que él era tan proclive, el empleo de oraciones exclamativas, la abundante adjetivación, las metáforas, las paradojas, etc.
Azorín se dedicó desde su juventud al periodismo: en sus artículos se hace patente la evolución de su pensamiento, desde posiciones anarquistas hasta posturas más bien conservadoras y esteticistas. La mayoría de los escritos azorinianos contienen descripciones de paisajes, pueblos y vidas; en ellos intentaba retratar el alma de España, sobre todo de Castilla. Son textos teñidos de melancolía por el paso del tiempo, muchas veces de un gran lirismo. Castilla, Los pueblos y La ruta de don Quijote son algunos de sus títulos más significativos. Azorín también cultivó la crítica literaria, que es otra vertiente u otra forma del ensayo, a la cual dedicó asimismo importantes libros.
Otros ensayistas del mismo periodo fueron Ángel Ganivet, al que se le considera pionero de la generación del 98 con su Idearium español; Ramiro de Maeztu, que evolucionó también hacia posturas muy conservadoras; y Antonio Machado, del que cabe mencionar su obra Los complementarios, en la que recogía numeroso artículos y ensayos.
El Novecentismo o la generación de 1914. Fue ésta otra generación de grandes ensayistas, de grandes intelectuales preocupados por la situación de España y por la regeneración moral de los españoles. Entre los rasgos más destacados de su pensamiento pueden citarse los siguientes: el europeísmo, motivado sobre todo por el atraso científico que se advertía en España; el vitalismo con que trataron de responder al pesimismo y al sentimiento trágico de la vida de sus antecesores; la necesidad de una reforma política, basada en un análisis riguroso de la realidad. Muchos escritores de esta generación cultivaron el ensayo: Manuel Azaña, Pérez de Ayala, Eugenio d´Ors, Américo Castro, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna… Sin embargo, la personalidad más destacada de este grupo fue sin duda José Ortega y Gasset, al cual se le deben algunos de los más importantes ensayos del siglo XX.
Ortega fue también la figura más influyente de toda una época: ejerció el papel de guía intelectual desde su cátedra de Metafísica y desde los distintos ámbitos en que llevó a cabo su magisterio, como la Revista de Occidente y los muchos libros en que desarrolló sus ideas. El pensamiento de Ortega se propone indagar en la realidad de la vida humana, entendida de forma individual: conjuga para ello dos actitudes, el vitalismo irracionalista y el racionalismo puro. Para él, el yo, el individuo, es inseparable de su entorno, de la circunstancia de la que forma parte.
Ortega y Gasset escribió ensayos filosóficos, como El espectador, La rebelión de las masas o España invertebrada, en los que se detenía en analizar también la problemática realidad de nuestro país. Así, en el último de estos ensayos, planteaba los requisitos para superar la fragmentación de la sociedad española, desprovista de un ideal nacional. Entre sus escritos sobre ideas estéticas, sobresale La deshumanización del arte, obra en la que daba cuenta de las características del arte nuevo, un arte que se distanciaba de la realidad para centrarse ante todo en el goce estético.
El estilo que emplea Ortega en sus ensayos es muy literario. Su vocabulario es muy rico, pues incluye cultismos, arcaísmos, neologismos, etc. Sin embargo, lo que más lo caracteriza y distingue es el uso de numerosas metáforas, con las cuales trata de asombrar y persuadir al lector.


El ensayo desde la posguerra hasta la actualidad.

El ensayo en los años cuarenta estuvo supeditado a las condiciones políticas, ideológicas y morales de la dictadura. Muchas veces los textos versaron sobre temas inocuos, poco representativos. Se observó, por lo general, una cierta continuidad con respecto al pensamiento anterior. Las mejores producciones de esta época corresponden quizá por ello al campo de las ciencias humanísticas, como sucede con los estudios filológicos de Rafael Lapesa y de Dámaso Alonso.
En los años cincuenta se produjeron cambios ideológicos que permitieron la práctica de un ensayismo más crítico. Algunos intelectuales falangistas comenzaron a distanciarse del régimen; accedieron a la universidad personas de tendencias más liberales; se introdujeron en España por medio de revistas y de colecciones de ensayo las corrientes del pensamiento europeo, especialmente el relacionado con un tipo de catolicismo progresista. Entre los ensayistas más importantes de este periodo, destacan Pedro Laín Entralgo, José Luis Aranguren, Julián Marías y Enrique Tierno Galván.
Por estos mismos años, se estaba llevando a cabo un interesante ensayismo en el exilio, por parte de los intelectuales españoles que salieron de España a causa de la Guerra Civil. Una de las mayores preocupaciones de estos escritores exiliados fue precisamente la indagación en la realidad histórica y cultural de España. Entre ellos, sobresalen dos figuras, María Zambrano y Francisco Ayala.
María Zambrano, malagueña, fue discípula de Ortega. Es autora de una obra excepcional, de temática variada y de una gran densidad conceptual. Se ha destacado especialmente la belleza de su prosa, en la que intentó una fusión entre filosofía y lírica. Concibió el pensamiento como una condición de la vida humana, indagó en el amor, en la memoria, en el lenguaje, en la experiencia mística…
Francisco Ayala, además de novelista, es autor de numerosos ensayos de sociología, filosofía política y crítica literaria.
La década de los sesenta vivió importantes acontecimientos culturales que proporcionaron un gran impulso al género ensayístico: el desarrollo de las ciencias humanas, la recepción del pensamiento europeo y estadounidense, la fundación de nuevas revistas, la aparición de importantes editoriales.
En los años setenta los ensayos muestran cambios notables: una mayor actitud crítica, una voluntad de comunicación y una libertad de expresión que hasta ese momento no se había tenido. Los temas fueron muy variados, pero destacaron los ensayos de índole política: a través de ellos se divulgaron determinadas teorías, como el marxismo, el progresismo católico y el pensamiento contemporáneo; se analizaron también las bases de la historia intelectual de España, el pasado liberal y el exilio, la emigración, la evolución del socialismo, etc.
En los ochenta, en cambio, decreció el interés por los temas políticos; predominaron las reflexiones éticas y estéticas.
En las últimas décadas, ha tenido una mayor relevancia el análisis de los cambios que ha experimentado la sociedad actual. Por lo general, el ensayo se ha cultivado con una mayor libertad formal y con un estilo que se ha acercado en muchos momentos al lenguaje literario; se ha mezclado también con otros géneros, como las memorias, las biografías, el artículo periodístico, etc., acentuándose así en estos casos su indeterminación genérica. Entre los autores más destacados, se encuentran Fernando Savater, José Antonio Marina, Francisco Umbral, Félix de Azúa, Luis Antonio de Villena, Antonio Muñoz Molina, Jon Juaristi, etc. La mayoría de ellos han publicado sus pensamientos en forma de artículos periodísticos, ya que son asiduos colaboradores de los más importantes periódicos.
Las obras de Fernando Savater y José Antonio Marina han tenido una gran difusión: los dos han tenido una enorme repercusión en el campo de la ética y de la educación.